Brasil: los impactos de las "exclusiones basadas en la naturaleza" sobre los cuerpos-territorios de las mujeres

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Mujeres caiçaras de Juréia, São Paulo, Brasil, hacen artesanías con madera de caixeta. Foto: Paula Dib.

Este texto comparte reflexiones hechas con mujeres afectadas por proyectos de Economía Verde en Brasil. Para comprender las formas de lucha de estas mujeres, primero hay que reconocer sus saberes y formas de relacionarse con la naturaleza. Es a través de este reconocimiento que construimos nuestras alternativas y caminos para salir del laberinto.

Las nuevas propuestas llamadas “Soluciones basadas en la naturaleza” tienen la misma lógica de las viejas falsas soluciones basadas en el mercado y la Economía Verde. En este texto procuramos compartir reflexiones que surgieron de nuestras discusiones con mujeres afectadas por proyectos de Economía Verde en el Valle del Río Ribeira (en la región sureste de Brasil, entre los estados de São Paulo y Paraná) y en Acre (un estado en la región norte del país). Para comprender las formas de lucha de estas mujeres, primero hay que reconocer sus saberes y formas de relacionarse con la naturaleza. Es a través de este reconocimiento que nos apartamos del análisis para enfocarnos en la práctica, y construimos nuestras alternativas y caminos para salir del laberinto.

Las experiencias de las mujeres indígenas de Acre, donde desde 2012 se han consolidado proyectos REDD+ (1), son una muy buena demostración de las contradicciones y tensiones que trajo al territorio la llegada de la Economía Verde. Las mujeres no tienen información acerca de los términos de los programas que llegan a sus territorios - con terminología difícil y contratos a menudo redactados en inglés - y no tienen participación en la mesa de negociaciones, ya que las organizaciones a gran escala que traen estos proyectos al territorio solo discuten el tema con los hombres. En las raras ocasiones en que las mujeres participan, necesitan duplicar sus esfuerzos y llevan sus hijos a las reuniones, y en el caso de que lo logren, no son escuchadas ni tomadas en cuenta. Además de no tener voz en estos procesos, las mujeres también demuestran que la lógica de su relación con la naturaleza es incompatible con los proyectos de conservación. Durante un intercambio sobre este tema organizado en 2019 por el WRM, en alianza con el Consejo Misionero Indigenista (Conselho Indigenista Missionário - CIMI) y la Organización Feminista Sempreviva (Sempreviva Organização Feminista - SOF), las mujeres demostraron que comprendían muy bien la lógica que existe detrás de estos proyectos, observando cómo llegaron a sus comunidades.

Una de las participantes explicó que las contrapartidas ofrecidas por los proyectos no tienen relación con el modo de vida de las comunidades y muchas veces solo sirven para insertarlas en el circuito del mercado capitalista y para concentrar los ingresos, sin respetar las formas de vida tradicionales. Como ejemplo hizo referencia a un proyecto que ofrecía la construcción de pequeñas represas para construir criaderos de peces en la comunidad. En su crítica a la propuesta, aludió a la importancia de mantener viva en la comunidad la idea de que la vida depende del río que corre por su tierra, para que así lo sigan protegiendo y no permitan el ingreso de megaproyectos que privatizan el agua en la región.

Al regresar a su comunidad, las pequeñas agricultoras del Valle del Río Ribeira que participaron en ese encuentro, explicaron lo que aprendieron, es decir, la lógica de las compensaciones. “Es como si financiaran a una persona aquí para que las cosas sean bonitas aquí, y así ellos pueden destruir todo allá”, concluyó una integrante de una comunidad quilombola. “Tenemos que pensar de dónde viene nuestro dinero, cómo eso limita nuestra forma de trabajar y si eso está causando algún daño en otro lugar”.

Las mujeres que cuidan los bosques son invisibilizadas o consideradas proveedoras de servicios, siguiendo la misma lógica de lo que ocurre con la naturaleza. Sus propios cuerpos se convierten en naturaleza apropiada. Tal como lo informara la pensadora Ana Isla (2), durante la década de 1990, mientras por un lado Costa Rica se auto-constituía paraíso de la conservación y el ecoturismo, por el otro lado se cercaban cada vez más tierras, se expulsaban comunidades y se explotaba sexualmente a mujeres y niñas. Su compromiso con el cuidado se instrumentaliza en la forma de servicios que comienzan a ser apoyados porque potencian los servicios de la naturaleza.

Más recientemente, las organizaciones a gran escala que promueven este tipo de proyectos han introducido este nuevo término: “Soluciones basadas en la naturaleza”, para abarcar los antiguos proyectos de compensación. The Nature Conservancy (TNC) es un ejemplo, entre otras. Estrictamente hablando esta organización es una ONG, pero es similar a las grandes empresas transnacionales en cuanto a la forma en la que explota a comunidades de varias partes del mundo. Es importante resaltar que en Brasil asistimos tanto al avance de la economía contaminante (representada por la minería, la agroindustria y los megaproyectos) como de la Economía Verde, impulsada por organizaciones como TNC. Nuestra lectura es que ambas no difieren en su naturaleza. Más bien, son dos caras de la misma moneda: cuanto más avanza la destrucción, mayor es el campo que se abre a las iniciativas de compensación. Cuanto más escasea la naturaleza, mayor es el valor de los bonos verdes que la negocian de acuerdo con la ley de la oferta y la demanda. En esta ecuación, los territorios de las comunidades y los bienes comunales ingresan a los mercados financieros como garantía de estos bonos y se convierten en meros activos.

Prestamos especial atención a las acciones de TNC en Brasil en relación con la difusión y el control del Registro Ambiental Rural (Cadastro Ambiental Rural - CAR). La Nueva Ley Forestal de 2012 creó la CAR como uno de sus mecanismos. Desde entonces, por ley, los territorios rurales del país deben estar geo-referenciados y registrados en el Sistema Nacional de Registro Ambiental Rural (Sistema Nacional do Cadastro Ambiental Rural - SiCAR). La nueva legislación también creó el Programa de Regularización Ambiental (Programa de Regularización Ambiental - PRA) y la Cuota de Reserva Ambiental (Cota de Reserva Ambiental - CRA). Estas medidas se conjugan en un único proceso: permitir la compensación ambiental y poner en el mercado áreas conservadas.

A través de proyectos que se desarrollan principalmente en los estados de Pará (bioma amazónico) y Mato Grosso (bioma Cerrado), TNC ha procurado acelerar el registro de agricultores a toda costa. Incluso ha llegado a poner su propio sistema, denominado CARGEO, a disposición de los estados que deseen utilizarlo para recopilar información y registrarla en SiCAR. A través de alianzas con gobiernos, ofrece servicios como georreferenciación mediante la búsqueda de propiedades rurales y la producción de bases de datos digitales municipales georreferenciadas (3). Esto demuestra el poder de esta organización sobre los datos pertenecientes a comunidades y organismos públicos. También contribuye a la inserción cada vez mayor de áreas protegidas en el mercado de las compensaciones.

Maquillaje violeta

Al mismo tiempo, TNC adopta medidas a las que calificamos de maquillaje violeta. Basándonos en los informes de mujeres de comunidades afectadas por proyectos de conservación, hemos visto que en la práctica no aportan ni justicia ni autonomía. A pesar de ello, la agenda de género está presente en varias de las acciones y declaraciones de TNC. En un intento por mostrar una supuesta responsabilidad social se coloca a las mujeres en el centro de los proyectos, como principales beneficiarias. Se organizan cursos de formación y se forman grupos de mujeres en las comunidades. Sin embargo, la principal medida de la organización sigue siendo la promoción de modelos de relación con la naturaleza que en sí mismos son patriarcales y excluyentes. Un ejemplo paradigmático de esto es el ciclo de capacitación en minería que TNC desarrolló principalmente para mujeres de las Islas Salomón (4). El punto de partida es que el problema es la falta de información entre las mujeres, y no el extractivismo en sí, como si tener información sobre la destrucción fuera suficiente para detenerla. La política de la organización hacia las mujeres tiene que ver con colocarlas dentro de las soluciones basadas en el mercado (5), y no con retirar el mercado del centro de la vida.

Las agricultoras, quilombolas y caiçaras con las que interactuamos en el Valle del Río Ribeira hacen un manejo permanente de los bosques donde viven. Cada vez que caminan entre sus plantas, y aunque ésta no sea la intención inicial, arrancan hojas muertas, acercan los tallos al suelo para generar raíces, entierran semillas y plántulas, combinándolas con una enorme diversidad. Conocen cada metro cuadrado de su tierra, y si se las observa atentamente es posible notar sus intervenciones/interacciones en cada uno. En zonas cercanas a sus hogares, el manejo de la materia orgánica es común a numerosas agricultoras, quienes producen suelos ricos y estructurados.

Su relación con la naturaleza, su trabajo minucioso, está en oposición a las prácticas de conservación y restauración centradas en una sola especie y economías de escala, ya que éstas siguen la misma lógica de la agricultura industrial (cadena de valor de una única especie, a escala y ausencia de personas).

Un ejemplo es un árbol conocido en Brasil como Caixeta (Tabebuia cassinoides), que crece en zonas propensas a inundaciones a lo largo de la franja costera de la Mata Atlántica. Sus semillas son dispersadas por el viento y desarrolla brotes a partir de sus raíces. Su madera es utilizada por las comunidades caiçara para la producción de artesanías e instrumentos musicales, como la viola (un instrumento parecido a una guitarra, con diez cuerdas) y un tipo de violín tradicional conocido como rabeca do fandango. El fandango es una tradición entre estas comunidades del Valle del Río Ribeira: la danza y la música se practicaban originalmente después de concluidas las tareas de trabajo colectivo. Pero este tipo de madera también tuvo un uso industrial intensivo para la producción de lápices y escarbadientes. Junto con este uso intensivo vino la destrucción de su ecosistema debido a la sedimentación de los ríos, la alteración del régimen hídrico por la construcción de represas y el aumento de la construcción de condominios de lujo a lo largo de la costa. En 1989 se prohibió la extracción de Caixeta, pero la presión de las comunidades caiçara llevó al gobierno del estado de São Paulo a establecer en 1992 que su explotación dependería del permiso del Departamento de Medio Ambiente del estado. A mediados de la década de 2000, un grupo de mujeres se unió en la Asociación de Jóvenes de Juréia para producir artesanías en madera de Caixeta con diseños de flores, plantas y animales de la Mata Atlántica, que fueron bien recibidos en todos los lugares en los que se ofrecieron. Sin embargo, la iniciativa tuvo que suspenderse porque el Departamento de Medio Ambiente del estado no autorizó a las artesanas extraer madera de Caixeta. Es muy probable que la demora e incluso la falta de autorización se relacionen con la persecución a la comunidad de Río Verde. Se trata de una comunidad que insiste en estar presente en su territorio y renueva su presencia en él construyendo viviendas para su gente joven. Para el gobierno del estado, el territorio es una “Estación Ecológica”, una zona de uso muy restringido que implica la expulsión y persecución permanente de la comunidad (6).

También cabe destacar el caso de la Juçara (Euterpe edulis). Esta palmera de tamaño mediano crece en la Mata Atlántica en lugares húmedos y sombreados, y termina destacándose sobre el dosel de otros árboles. No se reproduce por brotación, solo a través de semillas que en su mayoría se dispersan a una pequeña distancia. La existencia de la Juçara está amenazada por la destrucción de la Mata Atlántica. También se estima que el cambio climático y la extinción de las aves que dispersan sus semillas afectarán la variabilidad genética y la existencia de la especie. Sin embargo, la mayor preocupación de las agencias ambientales se centra en su extracción ilegal para el consumo del palmito Juçara. La extracción del palmito Juçara es un delito ambiental cuya pena puede acarrear hasta un año de cárcel. Esto ha sido un foco de tensión en la relación entre los organismos públicos, en especial la policía ambiental, y las comunidades. Aunque se permite la extracción gestionada por comunidades tradicionales, el proceso es muy burocrático y los “malentendidos” siempre son un riesgo. Paulatinamente, el palmiteiro (que extrae el palmito) se ha convertido en una ocupación especializada y, por ser delictiva, se ha asociado a la dinámica de otros negocios delictivos (narcotráfico, prostitución infantil) y a la corrupción policial.

Recientemente, la Fundación Forestal, una agencia del Departamento de Infraestructura y Medio Ambiente del estado, arrojó semillas de Juçara desde un helicóptero en un territorio quilombola, considerado una reserva por el estado. El programa en cuestión (7) habla de toneladas de semillas, miles de hectáreas y espera reemplazar el helicóptero por drones. Es como si la buena intención de repoblar la zona con Juçara justificara que a cada metro cuadrado cuidado con esmero por las comunidades quilombolas le “lloviera” algo así como una bendición brindada por técnicos que tienen más conocimiento y poder que esas comunidades. Los drones profundizan aún más el sentido de la tecnología sin personas; la “lluvia” profundiza aún más el sentido de un territorio sin comunidad, una reserva.

Es a partir de estos ejemplos que el término “Soluciones basadas en la naturaleza” debería ser en realidad “Exclusiones basadas en la naturaleza” para representar esta forma de abordar la naturaleza. Las mujeres y todos sus conocimientos, las comunidades tradicionales, las formas de relacionarse con la naturaleza que no se rigen por el lucro y la explotación, todas las diferentes formas de habitar la tierra, de entenderla, de simbolizarla, todo eso está excluido. Solo nos dejan el extractivismo, el avance del capital sobre los bienes comunales y la mentalidad de que la naturaleza - al igual que las mujeres - es un ser que solo sirve para dar servicios que sustentan la explotación.

Miriam Nobre y Natália Lobo
SOF, Brasil.

(1) Boletín del WRM, La deforestación de la Amazonia y el dinero de REDD+ que sigue llegando a Brasil, 2020, https://wrm.org.uy/es/articulos-del-boletin-wrm/seccion1/la-deforestacion-de-la-amazonia-y-el-dinero-de-redd-que-sigue-llegando-a-brasil/
(2) Economia feminista e ecológica: resistências e retomadas de corpos e territórios. Ana Isla, Miriam Nobre, Renata Moreno, Sheyla Saori Iyusuka, Yayo Herrero. São Paulo: SOF Sempreviva Organização Feminista, 2020.
(3) The Nature Conservancy, CADASTRO AMBIENTAL RURAL - CAR. Nasce a Identidade do Imóvel Rural. 2015.
(4) The Nature Conservancy, Mining and Gender Inclusion.
(5) The Nature Conservancy, Women in Conservation.
(6) Por más información sobre el conflicto que amenaza a la comunidad cascara de Rio Verde, pueden ver aquí.
(7) CicloVivo, Uma tonelada de sementes é lançada em reserva, 2020.