Destruyendo mitos – Un panorama de la situación de los pueblos no contactados

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Foto: Survival International

Es notable que en la segunda década del siglo 21, gran parte de la evidencia obtenida señala que en nuestro planeta vive un centenar de tribus no contactadas. Su existencia, cualquiera sea su número, es prueba de su resiliencia, ingenio, autosuficiencia y adaptabilidad.

El hecho de ser poco numerosos y de vivir en regiones remotas, ricas en recursos naturales cada vez más codiciados por forasteros, hace que esos pueblos sean los más vulnerables del planeta.

Según la definición general de las tribus no contactadas, se trata de poblaciones que no tienen contacto pacífico con ningún miembro de la sociedad dominante.

Su situación es muy variable según los casos. Algunos están huyendo, obligados a vivir como nómadas para sobrevivir a la invasión de sus tierras por parte de la sociedad invasora. Dependen únicamente de la caza y de la recolección de alimentos silvestres, aunque es posible que hayan tenido huertas en otros tiempos.

Otros pueden haber estado en contacto con colonizadores o con la sociedad vecina en el pasado, incluso hace siglos, y haberse alejado luego de la violencia, las enfermedades y la esclavitud que eso implicó en algunos casos.

Algunos pueden haber formado parte de grupos tribales más grandes, como los Yanomami y los Ayoreo de América del Sur, y haberse separado luego para mantener su aislamiento.

Cualquiera sea su historia, la mayoría se vio obligada a introducir grandes cambios en sus métodos de subsistencia y estilos de vida para poder sobrevivir. En ese sentido, el término “aislamiento voluntario” que se suele usar en Perú puede ser engañoso, dado que implica que pudieron “darse el lujo” de elegir. Con la proliferación de megaproyectos de desarrollo y construcción (extracción de petróleo y gas, minería, represas hidroeléctricas, autopistas), de la extracción maderera y las agroindustrias (ganadería, soja, etanol), muchos pueblos no contactados se enfrentan a una cruel decisión: evitar el contacto a cualquier precio, o arriesgarse a sucumbir a las enfermedades y la violencia a manos de mercenarios, colonos o trabajadores de la construcción.

Todo lo que se sabe sobre esos pueblos evidencia que procuran mantenerse aislados. A veces reaccionan con agresividad para defender su territorio, o dejan señales en el bosque para advertir a los forasteros que no deben entrar en él. Algunos aprovechan sus encuentros esporádicos con tribus vecinas para obtener herramientas y otros artículos.

Todos ellos seguramente observan y vigilan lo que sucede en su tierra o alrededor de ella, puesto que las historias de encuentros violentos con gente del exterior están grabadas en su memoria colectiva.

También fueron el blanco de algunos misioneros fundamentalistas. La New Tribes Mission (NTM), por ejemplo, contactó en secreto a los Zo’é de Brasil en 1987. Poco después, muchos murieron de enfermedades. Según Jiruhisú, miembro de los Zo’é, “antes, cuando no había ningún hombre blanco, los Zo’é no se enfermaban”.

En Paraguay, la NTM organizó brutales “cacerías de hombres” sirviéndose de Ayoreos contactados para atrapar a sus parientes no contactados y sacarlos del bosque por la fuerza. Varios murieron durante esos encuentros, y otros sucumbieron más tarde a las enfermedades. Muchos Ayoreos ya han perdido sus territorios y no tienen más remedio que trabajar como jornaleros explotados para las haciendas ganaderas que han ocupado la mayor parte de su territorio, y los misioneros instalados en una base cercana han suprimido varios de sus rituales.

Las enfermedades son una grave amenaza para los pueblos no contactados: como han vivido aislados durante tanto tiempo, no han desarrollado inmunidad contra enfermedades como la gripe y el sarampión. Es común que el 50% de una tribu muera de enfermedades en el transcurso de un año luego de ser contactada por primera vez. A principios de los años 1980, la exploración realizada por Shell en Perú llevó a contactar al pueblo aislado Nahua. Dos años más tarde, el 50% de la tribu había muerto. Una mujer nahua recuerda esa época: “Toda mi gente murió. Empezaron a dolerles los ojos, comenzaron a toser, se enfermaron y murieron ahí mismo, en el bosque”.

Cuando la dictadura militar brasileña abrió camino a una autopista atravesando parte del territorio Yanomami en la década de 1970, dos comunidades Yanomami aisladas fueron barridas por la gripe y una epidemia de sarampión que les transmitieron los obreros de la construcción.

Es frecuente que una visión racista muy arraigada lleve a considerar a las tribus no contactadas como “atrasadas”, “primitivas” y “salvajes”. Demasiadas veces este prejuicio ha servido a los gobiernos que las contactan y las integran a la sociedad nacional para justificar el robo de sus tierras y recursos.

Algunos llegan incluso a negar su existencia, a pesar de la gran cantidad de pruebas (grabaciones de video y de audio, fotografías, objetos fabricados, testimonios y entrevistas) reunidas en el transcurso de los años.

En 2007, el presidente de Perú declaró que el pueblo aislado Mashco Piro había sido “creado por los ambientalistas” que se oponían a la explotación petrolera. Integrantes del pueblo Yine filmaron hace poco a algunos Mashco Piro que habían ido a recoger huevos de tortuga a orillas de un río. Más del 70% de la Amazonía peruana ha sido dividido en concesiones petroleras, muchas de las cuales se encuentran en tierras de pueblos no contactados.

Cuando el departamento de asuntos indígenas de Brasil, FUNAI, publicó grabaciones en video de los nómadas Kawahiva en agosto de 2013, los concejales de la ciudad vecina se apresuraron a acusarlo de haber “plantado” allí a la tribu para evitar que los habitantes del lugar explotaran el bosque.

Algunos ven a los pueblos indígenas aislados como objetos de curiosidad que pueden ser explotados, y dan de ellos una imagen romántica, la de “reliquias” de nuestro pasado lejano. A pesar de una larga campaña de Survival y organizaciones locales, hay operadores turísticos inescrupulosos que siguen organizando “safaris humanos” para que los turistas puedan gozar observando al pueblo Jarawa del archipiélago Andamán de la India, recientemente contactado [ver artículo sobre este tema en este boletín].

El último gran refugio de la mayoría de los pueblos no contactados es la selva amazónica. Allí, más de 70 grupos viven en Brasil, 15 en Perú y un puñado en Ecuador, Bolivia y Colombia. Los únicos no contactados de Sudamérica que viven fuera de la cuenca del Amazonas son los Ayoreo, que cazan en los bosques secos del Chaco paraguayo.

Brasil y Perú tienen servicios dedicados a supervisar y proteger a las tribus no contactadas, y su política consiste en no intentar el contacto. La unidad brasileña fue creada en 1987, cuando el FUNAI decidió poner fin a las desastrosas misiones de contacto forzoso. Ahora, este organismo utiliza tecnología satelital para monitorear el paradero y el bienestar de los grupos indígenas no contactados, y trabaja con tribus vecinas y organizaciones indígenas que suelen ser las primeras en informar sobre contactos o avistamientos esporádicos. Esto le ha permitido identificar varios territorios significativos para uso exclusivo de los indígenas no contactados, minimizando así el riesgo de contactos directos potencialmente peligrosos.

Sin embargo, el FUNAI no ha logrado proteger muchos territorios de la invasión. Mientras los pueblos indígenas no contactados del Estado brasileño de Acre que figuran en fotos emblemáticas parecen estar fuertes y saludables y tener huertas muy productivas en el bosque, otros, como los Awá del Estado de Maranhão, han quedado reducidos a minúsculos grupos familiares fragmentados de pocas decenas de personas, sobrevivientes de violentos acaparadores de tierras que atacaron y asesinaron a su gente. Hoy en día viven huyendo de las armas de fuego y las motosierras, y podrían ser víctimas de un genocidio a menos que el gobierno actúe sin tardanza para expulsar a los madereros.

Un hombre solitario del Estado brasileño de Rondônia, conocido como “el Último de la Tribu”, se resiste a todo intento de contacto y sobrevive en un pequeño fragmento de bosque, en medio de enormes haciendas ganaderas y plantaciones de soja.

La tribu más aislada del mundo es probablemente la de los Sentineleses, que viven en la isla Sentinel del Norte, en el Océano Índico. En los últimos años se han detectado más de 40 tribus aisladas en Papúa Occidental, la mitad occidental de Nueva Guinea. Si bien algunas de esas tribus han tenido cierto contacto desde entonces, hay otras que prefieren permanecer aisladas. De todas formas, es casi imposible conseguir información precisa sobre ellas porque Indonesia ha prohibido a periodistas y organizaciones de derechos humanos entrar en Papúa Occidental, por lo cual las posibilidades de investigación son muy escasas.

Nada es inevitable en cuanto a la desaparición de las tribus no contactadas que quedan en el mundo, pero su futuro está en nuestras manos y es uno de los mayores desafíos humanitarios de este siglo. Si bien la legislación internacional ampara su derecho a la autodeterminación, este derecho fundamental sólo se hará realidad si la opinión pública obliga a los gobiernos y las multinacionales a respetarlo.

Si no respetamos las claras decisiones de esas tribus y no detenemos la destrucción de sus tierras, perderemos sociedades únicas, contemporáneas y dinámicas que forman parte de la rica diversidad del planeta y que cumplen una función crucial al proteger parte de la gran biodiversidad del mundo. Sus conocimientos y formas de manejo nos beneficiarán a todos, pero si no actuamos ahora perderemos a esos pueblos y, con ellos, una parte de nuestra propia humanidad.

Fiona Watson, Survival International, correo electrónico: fw@survivalinternational.org . Por más información sobre tribus no contactadas ver: http://www.uncontactedtribes.org/