¿Por qué la defensa de los bosques y sus comunidades es también una lucha feminista?

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mukisa women ass uganda
Asociación de Mujeres "Mukisa", Uganda. Foto: WRM, 2019.

En el mes del Día internacional de las mujeres, este editorial reflexiona sobre un tema central para el WRM: el feminismo en las luchas por los bosques.
 
Para esto, hay que preguntarnos ¿qué entendemos por feminismo? De entrada, surge la necesidad de reconocer que no sólo hay una, sino más bien muchísimas miradas feministas. Y en esa pluralidad se vienen entre-tejiendo luchas, sobretodo desde el Sur global, que abrazan causas comunes en busca de romper con la violencia sistémica que se ejerce sobre sus cuerpos y territorios.
 
Las mujeres vivencian situaciones muy graves al confrontar además las opresiones del racismo, de la pobreza impuesta y de la colonialidad (1). El capitalismo necesita de la opresión de las mujeres, en particular negras e indígenas, para poder expandirse. El capitalismo busca subyugar a quienes son pilares esenciales de la vida comunitaria, de los saberes ancestrales, del trabajo de cuidado y reproducción de la vida. El capitalismo es patriarcal. Y, a su vez, se sostiene del racismo y de la colonialidad para ahondar su opresión sobre los territorios.

Mientras las mujeres y sus comunidades luchan por sostener la reproducción de la vida  colectiva, el capitalismo -con sus proyectos extractivos y de ‘compensación de carbono’ que buscan sostener el extractivismo-, destruye los bosques y sus historias, envenena, divide en concesiones lo que antes era sentido como inseparable, criminaliza y destruye el tejido interconectado de vida. Al mismo tiempo, el capitalismo explota cuerpos, en especial de mujeres y niñas, quienes además de sufrir la explotación laboral, sufren acoso y violencia sexual. Para esto, el capitalismo racista patriarcal se sirve además de la violencia institucional, con cortes, comisarías y postas médicas que sostienen la impunidad de estos crímenes.

Mujeres trabajadoras que se enfrentan a la empresa de plantaciones de palma aceitera PalmCi en Costa de Marfil, contaron en una entrevista, “Les puedo asegurar que las mujeres les son muy útiles [a la empresa]. Cosechando frutos todo el día sin descansar, día tras día por años. (…) Las empresas sobreexplotan a las mujeres con el fin de lucrar. Eso es lo que está ocurriendo”.

En tanto, Rassela Malinda comparte las historias de mujeres en Papúa, Indonesia, frente a la imposición de plantaciones industriales de palma. Ella explica en su artículo que estas plantaciones “son uno de los lugares más inseguros para las mujeres, no solo por su condición laboral vulnerable, principalmente como trabajadoras ocasionales, sino también por el potencial de violencia sexual que las acecha dentro y alrededor de los campos de plantaciones.”

Al respecto, mujeres de Costa de Marfil contaron que “Las mujeres son víctimas de abusos físicos y de otro tipo. Golpeadas y acusadas injustamente con el pretexto de exigirles favores. También hay abuso sexual, pero esto se mantiene en secreto. Les dicen: ‘Te vi en nuestra plantación robando frutas. Cuídame y yo te cuidaré’, es lo que dicen. Lo que quieren decir es: ‘Te dejo irte con la fruta si tienes sexo conmigo’ (…) Nadie fue castigado por estos crímenes, a pesar de los brazos rotos y las niñas y mujeres traumatizadas. Estos delitos quedan impunes porque lo que vale es la ley del más fuerte”.

El sistema opresivo patriarcal también se evidencia en las leyes gubernamentales, así como en las leyes consuetudinarias, que a menudo le otorgan a los hombres la mayor parte del poder sobre la propiedad y las decisiones sobre la tierra. Lo mismo sucede cuando llegan las empresas a las comunidades para buscar firmar contratos, casi siempre con estrategias que refuerzan liderazgos masculinos y organizando reuniones sólo con los hombres.

Flávia, activista líder de una comunidad quilombola (2) en Sapê do Norte, Brasil, nos comparte su experiencia de lucha para retomar sus tierras y fuentes de agua, “La mujer tiene que ser militante, madre, ama de casa. (...) También sufrimos prejuicios, por ser mujer, negra, quilombola, agricultora, pobre. Generalmente la empresa nos subestima mucho. Piensan que esta mujer, yo, no tengo capacidad para participar en un proceso de negociación, por lo que tengo que estar afirmando todo el tiempo quién soy.”

Por su parte, Aminata Massaquoi, integrante de la Alianza informal contra las plantaciones industriales de palma aceitera en África occidental y central, nos contó en una entrevista sobre la situación de las mujeres rurales con un matrimonio consuetudinario en Sierra Leona: “Si el hombre muere o si una mujer quiere disolver un matrimonio por violencia doméstica, es posible que no tenga derechos sobre la tierra en la que ha trabajado por años. En ese caso, la familia de su marido podría expulsarla de la tierra. (...) si una mujer está casada, no debe atreverse a hablar ni a tomar decisiones en presencia de su esposo. En consecuencia, una mujer empoderada o mujeres que son conscientes de sus derechos, corren el riesgo de sufrir la violencia ejercida al interior de sus hogares por insubordinación.”

En consecuencia, las luchas feministas también se llevan a cabo en los territorios, en las comunidades y en las propias familias. Las mujeres expresan en diversas ocasiones la importancia de tener un espacio propio, solo para mujeres, donde puedan encontrarse, organizarse y entender las diferentes violencias que habitan los espacios comunitarios.

Guadalupe Núñez Salazar, coordinadora de La Red de Mujeres de La Costa en Rebeldía, Chiapas, México, nos cuenta en una entrevista sobre la importancia de estos espacios para poder hablar no sólo de los impactos de la palma en sus territorios sino también sobre la violencia sobre sus propios cuerpos, “El estar trabajando en procesos organizativos de resistencia también implica en muchos casos el confrontamiento con los mismos compañeros. Juntas podemos ver maneras para seguir adelante, para seguir luchando. El poder abrazarnos y llorar juntas nos ayuda a fortalecer nuestra voz colectiva.”

Las voces feministas en los territorios son cada vez más fuertes. Sus luchas ponen la vida al centro y evidencian que para defender sus tierras y bosques hay que transformar las relaciones de poder.

 

(1) La noción de colonialidad del poder se refiere a la prolongación actual de las bases coloniales que sustentaron la formación del orden capitalista.
(2) Las comunidades quilombolas son aquellas formadas por descendientes de personas africanas que fueron sometidas a la esclavitud y escaparon para fundar quilombos en el Brasil Colonial e Imperial.