Climatología / Ideología

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Foto: NBC News

La visión del clima que aporta la climatología es extremadamente parcial y excluyente, y es solo una visión particular entre muchas otras. Construir mejores alianzas para la acción climática implica reconocer que existen conflictos continuos entre los diferentes entendimientos de lo que es el clima. 

¿Cómo podrían ser los movimientos por el clima del futuro? Eso depende de cómo interactúen las diferentes definiciones de cambio climático. Las inevitables tensiones actuales que dividen a los movimientos por el clima son también tensiones entre las diferentes concepciones del clima. Construir mejores alianzas en torno a la acción contra el calentamiento global significa que en primer lugar hay que reconocer que existen conflictos sobre lo que el clima es.

Cuando las clases educadas del Norte o del Sur imaginan que el clima se define por la climatología, eso en sí mismo es un problema para la organización política. Nunca ha sido más urgente el introducirse en otras interpretaciones del clima, cuando tantas personas fuera de la intelectualidad científicamente sofisticada (comunidades campesinas, habitantes de los bosques, comunidades en lucha, niños/niñas y mujeres de la clase trabajadora, por nombrar solo algunas), asumen una serie de riesgos para encontrar una manera de avanzar en el tema.

La visión del clima de la climatología

Considerada desde una perspectiva histórica mundial, la visión del clima que actualmente aporta la climatología es extremadamente sesgada, limitada, excluyente e incluso rara. Dos características interconectadas de esta visión son de particular importancia: en primer lugar, la forma en que sitúa el problema climático en moléculas, movimientos moleculares y flujos de energía como si fueran objetos de una “naturaleza” que se ha separado políticamente de la “sociedad”. En segundo lugar, el apoyo político que brinda automáticamente a ciertos cuentos obsoletos sobre manejo especializado, como si pudieran ser “soluciones” al calentamiento global.

La climatología aspira a establecer una separación entre una naturaleza “no humana” (moléculas de CO2, albedo de nube, clatratos de metano) y una sociedad “no natural” (plusvalía, sindicatos, política energética). Y debido a que los Estados-nación modernos tienen como práctica política aceptada el uso de nombres de países para etiquetar diferentes sectores de este espacio, se tolera que la climatología identifique cierto número de moléculas emitidas por, por ejemplo, “China”. El resultado es que la climatología se filtra hacia una confabulación al asignar la responsabilidad causal a China. Al mismo tiempo, la climatología tiene prohibido rastrear cualquier responsabilidad por las moléculas de dióxido de carbono que se originan por la combustión de carbón realizada dentro de las fronteras de China pero destinadas a otros países cuyas compañías han invertido en instalaciones para aprovechar la mano de obra barata china. En caso de que lo hiciera, se entiende que estaría fuera de los límites de la climatología y, por lo tanto, no sería algo “sobre” el clima en lo absoluto.

Del mismo modo, la climatología está autorizada a utilizar numerosos recursos para asignar números comparativos a las “potencialidades del calentamiento global” de varias moléculas, como el metano o el óxido nitroso, aun cuando no haya una base física consistente para tales números (1). Pero no tiene permitido identificar las potencialidades relativas al calentamiento global de las diferentes inversiones de capital o de las prácticas comunitarias en los bosques. No importa qué tan obvia sea la diferencia de esas potencialidades, deben permanecer “fuera” del estudio de las causas del cambio climático. De manera similar, se permite que la climatología distinga entre moléculas de CO2 (dióxido de carbono) y moléculas de CH4 (metano), pero no se le permite distinguir entre dos subconjuntos de moléculas de CO2: “CO2 de subsistencia” y “CO2 de opulencia”. Esa distinción sigue considerándose irrelevante para el cambio climático (5).

Una vez que el cambio climático se identifica con movimientos de moléculas y flujos de energía no sociales, resulta mucho más fácil imaginar que la respuesta al problema debe estar en los sistemas de manejo de estas unidades esencialmente inertes que están “afuera”. La climatología también tiende a simplificar el concepto de “humanidad,” reduciéndola a un monolito que puede ser administrado y que se mantiene a cierta distancia. La acción climática “basada” en la climatología, como una gran parte de los ambientalistas desean que sea, tiende a limitarse a apoyar el control o la “gobernanza” experta de una entidad externa.

Esta forma de apoyo tiende a agrupar a políticos, ambientalistas y refugiados de inundaciones por un lado, mientras que por el otro construye un clima completamente no humano, y ambos lados se vinculan solo a través de un canal sumamente estrecho. A esto le siguen respuestas administrativas desde el mundo humano hacia el clima (tales como fijar el precio del carbono), guiadas por una profesión científica del clima que se supone tiene un método privilegiado para interpretar las señales que pasan a través de esa interfaz con la naturaleza a la vez que filtra la interferencia de la sociedad. (2)

Esta cosmovisión tiene precedentes, por ejemplo, en el manejo forestal colonial, que también tendía a incluir las prácticas capitalistas como incuestionables y conectadas a un clima monolítico concebido a través de una interfaz de manejo científico. Bajo este régimen, el clima se convirtió en clima para una sociedad colonial en bloque: para las autoridades (para asegurar la productividad de las plantaciones o la conservación de la naturaleza) pero también para sus trabajadores (en parte para evitar que se rebelaran). Los efectos, como observa el historiador Richard Grove (3), “con frecuencia fueron tan destructivos u opresivos en sus efectos sobre las sociedades indígenas como la destrucción ecológica directa y la apropiación de medioambientes y derechos comunales por parte del capital privado”. Esa observación solo puede traer a la realidad a los ambientalistas que todavía esperan que la climatología pueda de alguna manera, por sí sola, formar un primer punto de encuentro para un activismo mundial que abarque a todas las clases, razas y géneros.

El predominio de la visión climatológica

Esta forma de tratar el cambio climático se ha vuelto absolutamente hegemónica.  En las reuniones oficiales sobre el calentamiento global, por ejemplo, se incentiva a los climatólogos -facultados como portavoces de la “naturaleza”- a abandonar la sala después de “presentar los argumentos científicos”, para que los que formulan las políticas -facultados como portavoces de la “sociedad”- puedan continuar discutiendo sobre cómo mantener la acumulación de capital en un mundo invernadero. Esta regla se establece claramente, por ejemplo, en el mandato del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, 2013) de “evaluar la ciencia exhaustivamente, sin prejuicios y de una manera que sea pertinente para las políticas, pero sin pretensiones normativas”. Esta declaración exige que “la ciencia” sea un objeto singular con límites definidos, que puede influir y ser influenciada por la política, pero que de alguna manera surge de procesos completamente separados, no políticos.

Las redes con nombres como 350.org refuerzan estas dinámicas que producen ignorancia, que perciben a la acción climática como organizada en torno a un manejo, guiado por la climatología, de flujos de moléculas. Las “soluciones” ofrecidas se limitan rigurosamente en el exceso de moléculas de gases de efecto invernadero, o, más bien, en los “equivalentes de moléculas,” soñados por los climatólogos que trabajan en el IPCC. En consecuencia, la principal prioridad para abordar el cambio climático no es, por ejemplo, brindar apoyo a la amplia variedad de movimientos sociales ya existentes que trabajan para mantener los combustibles fósiles bajo tierra, con toda la complejidad de sus preocupaciones y objetivos.

El daño cometido

El acuerdo climático de la ONU de París de 2015, por ejemplo, se instaló como un punto de pase a través del cual una “comunidad internacional” unitaria podía idear formas de contener el aumento de la temperatura promedio global en un sistema climático similar a una “caja negra”, a niveles “muy por debajo de los 2°C por encima de los niveles preindustriales”. Esta fue una señal de que culminaba el proceso de separar a los humanos de su mundo.

El enfoque basado en la climatología del acuerdo de Paris, también ayudó a mantener el espacio abierto para los mercados de carbono. Como ya se ha documentado ampliamente, tales mercados no solo empeoran el calentamiento global sino que también socavan precisamente esas tradiciones prácticas que más se necesitarán para cambiar las cosas. Todo pueblo de los bosques que tiene que entregar parte de su territorio para compensar las emisiones industriales cuya fuente desconocen, ve cómo sus propias prácticas para con sus bosques y tierras, que estabilizan el clima, son socavadas por la climatología. Cada migrante que llega a Europa o Norteamérica porque ha sido desplazada por plantaciones supuestamente “neutrales en carbono” para la producción de agrocombustibles, no solo es víctima de la idea de que una molécula de CO2 es igual a otra en su efecto sobre el calentamiento global, sino que también está siendo descalificada de las prácticas que son necesarias para frenarlo.

Desestabilizando el dominio de la climatología

Numerosos activistas por el clima se envuelven en el manto de la climatología. Pero, ¿por qué no sería posible una estrategia diferente? Una estrategia que, al mismo tiempo que respete los logros de la climatología y rechace el negacionismo, también reconozca que la climatología es profundamente ajeno de - y, tal como está concebida actualmente, tiende a ser un riesgo para - los conocimientos y prácticas que son centrales para un futuro habitable.

La clave puede estar en comprender que ser diferente no siempre implica ser enemigo/a. Y que incluso cuando se es diferente, ciertos estilos de encuentro pueden conducir a resultados transformadores.

Dos enfoques superpuestos podrían ayudar. Uno es mostrar cómo la climatología es una expresión de una sola historia en particular, entre muchas otras, y que sus procedimientos, terminologías, supuestos, conclusiones permisibles, etc. han sido moldeados por conflictos y tendencias políticas. El otro es ayudar a abrir diálogos entre la climatología y otros entendimientos del clima que pueden exponer dónde se encuentran los conflictos previamente ocultos y qué se puede hacer para reconocerlos, enfrentarlos y abordarlos. Escuchar atentamente el matiz de los argumentos resultantes es en sí mismo una forma de desafiar la hegemonía climatológica sobre los movimientos climáticos y profundizar el respeto por todos, no solo algunos, de los lados radicalmente diferentes del activismo climático.

Comprender la climatología de esta manera no significa ser ignorante o desagradecido, sino, por el contrario, significa comprender mejor lo que puede y lo que no puede hacer.

Develando la climatología ante sus interlocutores contemporáneos

Quienquiera que haya escuchado a comunidades de base preocupadas por el cambio climático en lugares como Molo en Timor Occidental, el páramo de los Andes ecuatorianos, el cinturón forestal del centro de la India, el norte rural de Tailandia, la Amazonía brasileña y también, a menudo, el centro de Londres o Los Ángeles, habrá notado que sus concepciones del fenómeno tienden a compartir una serie de características no compartidas por la climatología.

Por un lado, las historias relativas al cambio climático contadas por numerosos pueblos indígenas y campesinos no suelen girar en torno a cómo los humanos afectan o se ven afectados por el comportamiento de objetos no humanos, como las moléculas de dióxido de carbono o los flujos de energía. Del mismo modo, el punto de inflexión crucial en tales historias no es el momento en que se exceden ciertos límites cuantitativos, o cuando los profesionales administrativos no logran contener las consecuencias.

Consideremos el ejemplo de los científicos totonacos de la región de Huehuetla, en la Sierra Norte de Puebla, México, tal como lo explicó el antropólogo William D. Smith (4). Al igual que los climatólogos, los científicos de Huehuetla han registrado un aumento de la imprevisibilidad de los patrones regionales de lluvia y lo han relacionado, por ejemplo, con la sequía de manantiales y con inundaciones destructivas. Pero para ellos, a diferencia de los climatólogos, observar tales cambios sin ser conscientes de la incrustación histórica de las observaciones, significa un colapso de la ciencia misma. Tales observaciones, para ser rigurosas, necesitan rastrear y actuar con respecto a una pérdida histórica de respeto a los manantiales, sus espíritus y el buen trabajo de las comunidades que dependen de ambos, junto con un debilitamiento de la acción del agua misma y su capacidad de castigar a los irrespetuosos y, por lo tanto, preservarse a sí misma y a la comunidad cuya solidaridad ella define. La buena ciencia, desde ese punto de vista, se sostiene a sí misma en parte siendo consciente de sus propios prejuicios y su naturaleza específica, y no puede estar ausente de las discusiones sobre temas como el respeto, la claridad mental disciplinada, las “buenas prácticas laborales”, etc. No trata de reemplazar esa conciencia - como sí son propensos a hacerlo la climatología y un ambientalismo vinculado a esta - con una historia de origen mitológico que habla de expertos sacerdotales en contacto místico con un infinito molecular no humano.

Desde esta visión de ciencia, el clima y el cambio climático no son rasgos de un “mundo natural” sobre el cual los pueblos indígenas de alguna manera deben elaborar una “teoría indígena” competitiva que difiera de la climatología. La heterogeneidad involucrada es mucho más radical que eso. Lo que sucede cuando ciertas prácticas indígenas o campesinas son mezcladas con la climatología, por consiguiente, no es un desacuerdo sobre cómo interpretar o manejar los movimientos de las moléculas de carbono, ni tampoco alguna “política del conocimiento” adversaria, sino algo diferente en su tipo y de más largo alcance.

La climatología, en cambio, tiende a ver los comentarios políticos críticos sobre sí misma de manera más simplista, como si fuera una evidencia de deficiencia o negación de los hechos. Lo que se pierde para el mundo en general en tales procesos de cortocircuito no son solo argumentos vitales que son necesarios, sino también la conciencia de que tales argumentos son posibles. Es esta falta de conciencia, y no las divergencias entre los procesos de pensamiento climatológicos y no climatológicos, lo que convierte las diferencias entre los movimientos por el clima en conflictos. Cuando la “justicia climática” se convierte en nada más que una cuestión de distribución justa de las moléculas de CO2, energía abstracta, efectos del cambio de temperatura o cargas de los impuestos al carbono, en lugar de un debate abierto sobre la tierra, el trabajo, el patriarcado, la extracción, la clase, la raza, la contaminación, etc., entonces la lucha contra la injusticia climática no hará más que incrementarse.

Hay que entender que muchos movimientos por el clima son tan radicalmente diferentes entre sí como lo fueron en siglos pasados los movimientos por los bienes comunes y por su confinamiento. Las afirmaciones de que los activistas climáticos están “todos del mismo lado” y que deberían silenciar sus diferencias y concentrar su fuego en “enemigos comunes” como las compañías petroleras o Donald Trump, son retrógrados y quitan empoderamiento.

Los climatólogos que insisten en que su deber para con las autoridades responsables de las políticas es limitar su investigación al seguimiento de las moléculas de gases de efecto invernadero y las transferencias de energía, no son necesariamente nuestros amigos. Como la mayoría de los demás, son ideólogos que, incluso si por lo general de forma inconsciente y con buenas intenciones, están tomando partido en luchas profundamente interculturales que involucran clases, razas y géneros y cuyos orígenes se remontan a mucho antes de la Revolución Industrial.

Pero tú también tienes derecho a participar en la definición de qué es el cambio climático. Si otros mundos son posibles, también lo son entonces otras climatologías.

Larry Lohmann, The Cornerhouse

(1) MacKenzie D. 2009. Making Things the Same: Gases, Emission Rights and the Politics of Carbon Markets. Accounting, Organizations and Society 34: 440–455.
(2) Rouse, J. 2002. Vampires: Social Constructivism, Realism and Other Philosophical Undead. History and Theory 41: 60-78.
(3) Grove, R. H. 1997. Ecology, Climate and Empire: Colonialism and Global Environmental History, 1400-1940. Cambridge: White Horse Press.
(4) Smith, W. D. 2007. Presence of mind as working climate change knowledge: a Totonac cosmopolitics. In Pettenger, M. (ed.), The Social Construction of Climate Change: Power, Knowledge, Norms, Discourses. Aldershot: Ashgate: 217-34.
(5) Agarwal, A., and Narain, S. 1991. Global Warming in an Unequal World. New Delhi: Centre for Science and Environment.