Ecuador: el pueblo Huaorani de la Amazonia; autoaislamiento y contacto forzado

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La cultura y la sociedad Huaorani están forjadas por su voluntad de autoaislamiento. Se sabe muy poco de su pasado, salvo que durante siglos han constituido enclaves nómades y autárquicos, resistiendo ferozmente todo tipo de contacto, comercio e intercambio con sus vecinos poderosos, sean indígenas o colonizadores blancos o mestizos. Desde su trágico encuentro con misioneros norteamericanos en 1956, los Huaorani han ocupado un lugar especial en la imaginación popular y del periodismo, como los “últimos salvajes de Ecuador”. A pesar de los esfuerzos de los misioneros por “civilizarlos”, han conservado en gran medida su forma propia de entender el mundo. Las relaciones con los extraños, considerados como enemigos asesinos, están marcadas por la hostilidad y el temor; parece haber escaso margen para la comunicación y el intercambio, fuera de evitarlos completamente o de amenazar de muerte con sus flechas.

En los últimos sesenta años, la historia Huaorani ha transcurrido como respuesta al avance de la explotación petrolera, si bien fue recién en 1994 que comenzó a extraerse petróleo de su tierra, con fines comerciales. En 1969, diez años después de haber “pacificado” a los Huaorani, el Instituto Lingüístico de Verano (ILV) recibió autorización del gobierno para crear una zona de protección alrededor de su misión. El “Protectorado” (66.570 hectáreas) representó un décimo del territorio tradicional. Pero a principios de la década de 1980, se había exhortado a cinco sextos de la población a vivir en el Protectorado. En abril de 1990, se concedió a los Huaorani el territorio indígena más extenso de Ecuador (679.130 hectáreas). Es contiguo al Parque Nacional Yasuní (982.300 hectáreas), e incluye el Protectorado anterior. La población (alrededor de 1.700) se distribuye ahora en unos treinta asentamientos semipermanentes organizados en torno a una escuela primaria, salvo por uno, o posiblemente dos, grupos pequeños que se aferran a la autarquía y se esconden en los remotos bosques de la provincia de Pastaza, a lo largo de la frontera internacional que separa a Perú de Ecuador.

Los Huaorani no contactados, conocidos como los Tagaeri y los Taromenani, comprenden entre treinta y ochenta personas. Los Tagaeri solían habitar la región del Tiputini, que se convirtió en el corazón de los pozos petroleros del sur, a principios de la década de 1980. Los Tagaeri decidieron separarse de manera definitiva de la población principal Huaorani cuando la misión del ILV provocó un importante desplazamiento de población alentando activamente a los grupos del este a que accedieran a vivir bajo la autoridad del ILV, dentro del Protectorado. Parientes de los Tagaeri que ahora viven en el Protectorado dicen que la decisión la tomaron en parte debido a enemistades entre tribus (no querían vivir en el territorio de sus enemigos), y en parte debido a su terminante rechazo a integrarse; no querían recibir “los beneficios” de la civilización. En otras palabras, tomaron la decisión política de vivir en aislamiento.

Durante los treinta años siguientes, numerosos episodios de incursiones y muertes perturbaron las interacciones entre los Tagaeri y los extraños. Famosos por su ferocidad, los Tagaeri han matado con sus lanzas a trabajadores de las empresas petroleras, misioneros y a otros a quienes vieron como intrusos. Un caso renombrado fue la muerte de un arzobispo de la Misión de los Capuchinos y una monja colombiana de la misión Laurita, en julio de 1987. También los Tagaeri han sido heridos y muertos. A principios de la década de 1990, diversos informantes me dijeron que los helicópteros militares habían arrojado misiles sobre casas comunales de los Tagaeri, y que las moradas de los Tagaeri habían sido quemadas por guardias de seguridad de una empresa. Una vez hubo un plan de exterminarlos a todos. Y luego estaba la esperanza, especialmente entre los misioneros, de que finalmente se rendirían y aceptarían la “pacificación”. En el bloque donde se encontraron muertos al arzobispo y la monja, se suspendió la exploración petrolera, y el gobierno prometió proteger a los Huaorani no contactados que continuaban en retirada de los bloques en los que PetroCanada, Texaco, PetroBras, Shell y Elf Aquitaine llevan a cabo sus actividades petroleras. La política implícita, sin embargo, era empujarlos más al sur, con la esperanza de que terminarían cruzando la frontera con Perú y así dejarían de ser un problema nacional.

Ahora sabemos que hay otros grupos indígenas que niegan todo contacto del lado peruano, donde la extracción de petróleo y la colonización ha sido mucho más intensiva que en Ecuador. Ellos también, gradualmente, fueron buscando refugio en la zona limítrofe, en la confluencia de los ríos Curaray y Tiguino. Los Huaorani me mencionaron muchas veces a los Taromenani (literalmente, la gente gigante que vive al final del sendero), pero las descripciones de esa gente “similar pero diferente” eran tan extraordinarias que los asimilé a la vasta categoría de seres fantásticos que se dice habitan el bosque.

Esos grupos no contactados, cualesquiera sean su procedencia y trayectoria, viven todos como refugiados en sus propias tierras, por opción. Ya no hacen más claros en el bosque sino que plantan sus cultivos de raíces y maíz bajo la cubierta de los árboles para evitar que los helicópteros los ubiquen. Cocinan tarde en la noche, para que el humo que se eleva de las fogatas no los delate. Se trasladan todo el tiempo, buscando sin cesar lugares más tranquilos para cazar y mejores sitios para esconderse. Según mis amigos Huaorani, detestan el ruido de las máquinas y motores y prefieren escapar hacia los mismos lugares a los que escapan los monos y los pecaríes.

Estos grupos autoaislados han sufrido mucho por la pérdida de sus territorios, la invasión de las compañías petroleras y la permanente invasión de cazadores furtivos, trabajadores de las empresas madereras, traficantes de drogas, compañías de turismo y otros aventureros. También temen a los Huaorani “cristianizados” “pacificados”, que sueñan con “civilizarlos”. Ellos también se han convertido en extraños y enemigos. Esos temores no son infundados. Más de una vez escuché a jóvenes Huaorani jactarse de que intentarían pacificar a los Tagaeri. “Si comen arroz y azúcar como nosotros”, me dijeron, “los Tagaeri quedarán totalmente dóciles y suaves, como niños chicos”. Algunos agregaron que esto le complacería mucho a “la compañía” (el término que utilizan para describir el vasto y complejo consorcio de empresas, subsidiarias, contratistas y subcontratistas que trabajan asociadamente con PetroEcuador), que, a cambio, sería generosa con ellos, ofreciéndoles todo el dinero y las mercancías que le pidieran.

Los grupos no contactados no son una amenaza para nadie, excepto para los intrusos; sólo quieren que los dejen solos. Como argumenté hace algunos años, necesitamos inventar un nuevo derecho humano para todos los grupos que todavía se esconden en la selva amazónica: el derecho a no ser contactados.

A continuación, paso a ilustrar el sufrimiento de esos dos grupos no contactados, y la persecución de la que son objeto, con dos relatos.

El último sueño moderno: filmar el primer contacto. En la primavera de 1995, una compañía de televisión de California (EE.UU.), que estaba trabajando en un nuevo proyecto titulado “Los Tagaeri: el último de los pueblos libres”, se puso en comunicación conmigo. Esta serie de tres programas proponía “documentar” el primer contacto entre los Tagaeri y el “botánico” Loren Miller (el hombre que patentó la planta con la cual los indios de la Amazonia noroccidental hacen el alucinógeno conocido localmente como ayahuasca o yagé). Según el guión, el primer episodio mostraría cómo Huaorani cristianizados contactaban a sus hermanos “salvajes” y lograban convencerlos de las virtudes de la civilización occidental, con la ayuda del ejército. El segundo episodio se enfocaría en el encuentro entre el jefe Tage y Loren Miller, en el que Tagae comparte su conocimiento de plantas medicinales con Miller. La tercer parte se centraría en el botánico occidental “contándole al mundo las grandes posibilidades que trae la investigación científica y las potencialidades que tiene la tierra Tagaeri para el ecoturismo”. La compañía de televisión, que buscaba el apoyo de la CNN y de National Geographic para este proyecto, tuvo que desistir frente a la ola de protestas que levantó entre las organizaciones de pueblos indígenas, la COICA y varias otras organizaciones de derechos indígenas. Fue así que, muy cortésmente, envió un mensaje expresando su “acuerdo con los numerosos individuos iluminados que expresaron preocupación y discrepancia con nuestro proyecto”. Y añadieron: “Pedimos que ustedes respeten el derecho de aislamiento, privacidad y no contacto de la población Tagaeri de la Amazonia ecuatoriana. Los Tagaeri son una comunidad que vive en la selva y que tomó la opción de no integrarse a la civilización occidental. Por favor, respeten su decisión”. Pero el proyecto era demasiado tentador y, en los años siguientes, hubo varios intentos de establecer contacto por parte de compañías de turismo y/o equipos de televisión. Por ejemplo, un guía de turismo belga, ex mercenario de la Legión Francesa, conducía “expediciones de supervivencia” en tierras de los Tagaeri. Una expedición de estudiantes británicos terminó provocando a un grupo de indígenas no contactados (posiblemente Tagaeri). Un miembro de la expedición fue herido de flecha en un muslo; todo el episodio fue filmado y fue exhibido heroicamente en el Canal 4, en 1997.

Huaorani cristianizados matan a Huaorani salvajes. En mayo de 2003, alrededor de 15 indígenas no contactados identificados por la prensa como Taromenani, fueron muertos con lanzas por nueve “guerreros” Huaorani. El ejército recuperó doce cadáveres (nueve mujeres y tres niños) de la casa comunal atacada. Un vocero del ejército declaró que: “la patrulla no va a interferir en las costumbres ni en los procedimientos de sanción ancestrales de los Huaorani, los militares son muy respetuosos en ese sentido". Todos en Ecuador se convirtieron en expertos de las leyes consuetudinarias ancestrales o la cultura de los Huaorani y debatieron ávidamente la cuestión. Por qué habían hecho eso, qué significaba para la nación, qué debía hacerse acerca de ese fratricidio, y así sucesivamente. Se formó la “Red Ecuatoriana de Antropología Jurídica” para analizar el conflicto Tagaeri-Taromenani-Huaorani desde una perspectiva jurídica, y para proponer una reforma del sistema jurídico ecuatoriano de manera que abarcara distintos sistemas jurídicos, incluso la muerte por venganza de los Huaorani. Por último se pidió al presidente de la organización indígena Huaorani ONHAE y a otros representantes Huaorani que comentaran acerca de la masacre. Todos subrayaron el creciente grado de interferencia de los traficantes ilegales y trabajadores de empresas madereras en territorio Huaorani. El 25 de junio, la prensa nacional informó que la ONHAE había decidido absolver a los nueve guerreros que habían participado en un ataque mortal por primera vez, y que habían jurado renunciar a la violencia y no buscar venganza en caso de que los Taromenani decidieran responder al ataque. Durante ese periodo tan tenso, jóvenes Huaorani me tenían al tanto de los acontecimientos llamándome día y noche por teléfono.

Yo me pasaba preguntándoles si ellos (o alguien más) había hablado con los guerreros, pero parecía que nadie estaba interesado en saber qué tenían para decir de todo el asunto. ¿Podían explicar qué había pasado? A pesar de la distancia, pude percibir algunas de las razones internas y externas que habían empujado a esos hombres a matar. En primer lugar, los Babeiri habían estado en conflicto con los Tagaeri durante varias décadas. Las hostilidades se reactivaron cuando PetroCanada reubicó a los Babeiri en el territorio tradicional de los Tagaeri, donde se enfrentaron a todos los males de la cultura de la frontera –alcohol, prostitución, mendicidad, y otros por el estilo. Viviendo a lo largo de la ruta del petróleo, los Babeiri eran constantemente importunados por madereros y comerciantes de todo tipo. Los Babeiri atacaron violentamente a los Tagaeri en busca de una esposa en 1993, a resultas de lo cual perdieron a un muchacho joven, herido en represalia por los Tagaeri. En noviembre de 2002, un bote maderero cargado en exceso con madera ilegal, chocó con una canoa Huaorani. Varios Huaorani murieron. Todos esos factores de alguna manera convergieron en la decisión de los nueve hombre de llevar a cabo el ataque. Se informó que entre los “guerreros” estaban el padre de una mujer muerta en el accidente de noviembre de 2002, y el hermano y cuñado de un hombre muerto en el mismo accidente. Sin los relatos personales de los propios guerreros, toda interpretación es pasible de debate. Sin embargo, queda claro que hay una relación directa entre el aumento de las actividades extractivas y el aumento del conflicto violento entre los Huaorani “pacificados” y los “no contactados”. Sería erróneo atribuir la violencia simplemente a venganza y salvajismo entre tribus, como hicieron muchos comentadores ecuatorianos y de otros lados.

Por: Laura Rival, University of Oxford, correo electrónico: laura.rival@anthropology.oxford.ac.uk