La resistencia invisible de las mujeres a la mercantilización de la vida

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La lucha de las mujeres a lo largo y ancho del mundo es cotidiana. Sin embargo, el Día Internacional de la Mujer se constituyó, desde el siglo XX, como una instancia singular de esa lucha. Mujeres de todos los continentes, urbanas, campesinas, indígenas, negras, lesbianas, entre tantas otras, marcan esa fecha en las calles, erigiendo sus banderas, que son innumerables, contra las llamadas desigualdades de género, que tienen lugar en el ámbito local y global.

Entre los marcos de la lucha internacional de las mujeres no se debe olvidar la Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos, realizada en Viena, en 1993, cuando irrumpió la palabra de orden “los derechos de las mujeres también son derechos humanos”. Otro momento importante fue la Convención Interamericana Para Prevenir, Sancionar y Erradicar la violencia contra las mujeres, conocida como la Convención de Belém do Pará, que tuvo lugar en 1994. La violencia contra las mujeres, particularmente la denominada violencia doméstica, que ocurre dentro de casa, es uno de los fenómenos mundiales que más afectaron la vida y la dignidad de las mujeres.

Sin embargo, otras expresiones de violencia marcan sus vidas: la doble jornada de trabajo, la sobreexplotación de su fuerza de trabajo, el proceso de feminización de la pobreza y del SIDA, la pérdida de sus territorios a manos de grandes emprendimientos, la contaminación y la degradación de los ríos y del suelo, de los cuales dependen para su subsistencia. No hay dudas de que las mujeres tienen muchos adversarios y, quizás, el más feroz de ellos, después del patriarcado, sea el capitalismo. La capacidad que ese modo de producción tiene de mercantilizar la vida como un todo recae, extremadamente, sobre las mujeres. Las mujeres ven sus cuerpos transformados en mercaderías a través de la publicidad en los medios de comunicación, y son víctimas del tráfico que alimenta la red de prostitución internacional. Además, las mujeres tienen que luchar también contra las estrategias de mercantilización de la naturaleza, como las falsas soluciones creadas para el llamado “enfrentamiento” de la crisis climática.

Organizaciones no gubernamentales y fundaciones denominadas “ambientalistas” se apoderan de áreas colectivas de bosques, buscando restringir o inclusive prohibir el acceso de poblaciones locales a esas áreas, con el objetivo de “preservarlas” para el comercio de servicios ambientales, como el caso del carbono en losproyectos REDD+. En ese contexto, son las mujeres las que más sufren a causa de la humillación y de la represión constantes en los lugares donde se desarrolla ese tipo de proyectos.

Cuando la comunidad sufre la pérdida de su territorio de uso colectivo a manos de un proyecto de comercio de servicios ambientales, invariablemente, guardias forestales y, principalmente, milicias armadas públicas y/o privadas, comienzan a vigilar y a perseguir a la comunidad. Las mujeres, por permanecer en sus casas cuidando de los quehaceres domésticos, de las huertas y de sus hijos, pasan a ser más vulnerables.

Además, en las áreas afectadas por proyectos de carbono o de servicios ambientales suelen ser prohibidos los cultivos itinerantes, una práctica frecuente entre las comunidades de los bosques con fuerte participación de las mujeres que asegura una base alimentaria saludable para las familias y, al mismo tiempo, permite generar ingresos con la comercialización del excedente en los mercados locales.

Así, se concluye que los cambios producidos a partir de la creación de mecanismos de mercado para el uso de la naturaleza violan un derecho fundamental que es el derecho a la alimentación, principalmente, a una alimentación saludable. También es importante recordar que los cambios en los hábitos alimenticios con la introducción de productos industrializados y alimentos con agrotóxicos, llevan al surgimiento de nuevas enfermedades antes desconocidas.

Adicionalmente, la pérdida de áreas para plantación de alimentos genera otros impactos: muchas mujeres tienen que salir para vender su fuerza de trabajo cada vez más lejos de casa. Pero, a pesar de asumir nuevas funciones en el mundo del trabajo, la mujer continúa siendo la principal responsable del trabajo doméstico. La sobrecarga de trabajo de las mujeres ha contribuido a dejarlas más propensas a afecciones. Enfermedades como cáncer de mama y de cuello de útero se manifiestan cada vez más prematuramente en el cuerpo femenino. La hipertensión arterial, que era una de las principales adversarias de la salud masculina, afecta, en la actualidad, más a mujeres que a hombres.

Lo paradójico es darse cuenta que, a pesar de que las mujeres sean las principales impactadas, sus imágenes son usadas en piezas publicitarias para la promoción de proyectos de comercio de carbono o de servicios ambientales.

Creemos que nuestro papel, no solo el 8 de marzo, sino todos los días del año, es contribuir a dar mayor visibilidad tanto a la lucha como a la realidad de las mujeres, y también a apoyar las luchas de las organizaciones de mujeres contra todo tipo de opresión, incluida la nueva ola de mercantilización de la vida en tiempos de la economía verde.