Mali: el valor de la biodiversidad en un frágil ambiente

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Conocido por su pasado histórico debido al vasto y poderoso imperio que sorprendió a los visitantes europeos del siglo XIV, hoy en día el territorio de Mali abarca más de 1.200.000 kilómetros cuadrados en la zona oeste del Africa, extendiéndose sobre el desierto del Sahara en el norte, los pastizales del Sahel en el centro y la zona de sabana en el sur. En el Sahel la vida humana y la de la flora y la fauna siguen la pauta marcada por el ciclo de inundación anual del Río Niger, con crecidas entre agosto y noviembre. Las mayores precipitaciones y abundancia de la red hídrica –incluyendo el propio Niger- en el sur del país permiten la existencia de una mayor abundancia y riqueza en materia de biodiversidad.

Con más del 58% de su superficie en el desierto y otro 30% amenazado por el avance del Sahel, Mali enfrentan la desertificación y la deforestación como dos problemas ambientales capitales, ambos estrechamente relacionados con la pérdida de biodiversidad.

La gran variedad de plantas y animales presentes en los ecosistemas boscosos y otros que tienen árboles –como la sabana- constituye un componente fundamental para la alimentación a nivel doméstico. En muchas aldeas y pequeños poblados la “cosecha escondida” de los bosques y árboles resulta esencial para la seguridad alimentaria, dado que suministra una serie de productos esenciales para la dieta. Por ejemplo, el fruto de Saba senegalensis es ampliamente consumido en Mali. El fracaso de los proyectos de plantaciones con especies exóticas con el fin de mitigar los efectos de las sequías que afectaron al país en los ’70, se debió al hecho de haberse ignorado que para la mayor parte de la población rural los productos no madereros son de suma importancia para su sobrevivencia a nivel social y económico. Por lo tanto los campesinos preferían las especies nativas a las introducidas, más allá de la rapidez de su crecimiento.

Los bosques y los árboles contribuyen también indirectamente a la seguridad alimentaria por su papel fundamental en la sustentabilidad de los sistemas agrícolas suministrando, por ejemplo, nitrógeno al suelo, como sucede con las leguminosas. Tal es el caso de un sistema agroforestal adoptado en Mali, con cultivo de mijo bajo Acacia albida.

La carne de animales silvestres –desde mamíferos hasta insectos- que con cazados o recogidos en los bosques con fines alimenticios constituye una importante fuente de proteína animal para los hogares tanto a nivel rural como urbano. Son muchas las comunidades que todavía dependen de los animales silvestres y sus productos, utilizados solos o en mezcla con hierbas, como medicinas en el tratamiento de una gran variedad de enfermedades.

El uso de la fauna y la flora como recurso alimenticio resulta controvertido. En la visión oficial la disminución de la fauna en muchas partes del país se debe al incremento de la población y la consiguiente mayor demanda de tierras para la agricultura y los asentamientos humanos. Sin embargo este enfoque simplista ignora las causas subyacentes de la deforestación y degradación de los bosques. Hoy en día es ampliamente aceptada la conveniencia de integrar las necesidades de las poblaciones locales en el manejo de los recursos de la vida silvestre y de la biodiversidad.

Algo similar sucede en lo que respecta a la leña. Un estudio realizado en el año 2000 por la Oficina Nacional de Energía de Mali llegó a la conclusión de que la leña cubre casi el 100% de las necesidades de combustible a nivel doméstico, lo cual –según el propio estudio- significaría que cada año deberían deforestarse 464.285 hectáreas con fines energéticos. No obstante, tomando en cuenta recientes estudios realizados en Africa que prueban que la leña no es –como se suponía anteriormente- una causa principal de deforestación, la conclusiones de dicha investigación debería someterse a un examen más riguroso.

Es necesitar evitar caer en políticas erradas basadas en la premisa “Culpemos a los pobres”, como las adoptadas en el pasado respecto de la conservación de los bosques en Mali. Por ejemplo, a mediados de la década de 1980 fue adoptado un paquete de medidas muy restrictivo. El Servicio Forestal implementó una serie de medidas draconianas en relación con el uso de los productos del bosque por parte de las comunidades locales. Las mismas resultaron muy impopulares y fueron tenazmente resistidas, dado que las multas que se pretendía aplicar superaban largamente los magros ingresos de los presuntos infractores, la gente se veía privada de una importante parte de sus medios de vida y además la implementación de las medidas se realizaba en forma agresiva. Al final esta política debió ser abandonada sin haberse obtenido ningún resultado positivo.