En la ofensiva mundial por la descarbonización de la economía, la energía se ha convertido en la nueva frontera de la transformación. Pero el debate en torno a la “transición energética” es tecnocrático y reduccionista, centrado en las matrices energéticas, los mercados y los kilovatios-hora, en lugar de basarse en la justicia, las personas y pueblos y su espacio vital. En la Alianza por la Soberanía Alimentaria en África (AFSA) consideramos que la energía, al igual que los alimentos, es un asunto de soberanía. No se trata simplemente de la infraestructura de la oferta y la demanda. Es una cuestión de energía y poder. Energía en el sentido literal -quién la genera, quién la controla, quién se beneficia de ella-, pero también en el sentido político de la energía como ejercicio del poder: quién decide, quién está incluido y qué conocimientos y necesidades moldean al sistema energético (en inglés, la palabra power tiene ambas acepciones: energía y poder. NdT)
Hace tiempo que proponemos y defendemos la agroecología como la vía para recuperar la soberanía alimentaria en el continente. Pero cada vez somos más conscientes de que la soberanía alimentaria no puede alcanzarse sin soberanía energética. Para la agricultura, la energía no es sólo un servicio de apoyo sino que es un elemento vital. Sin acceso a energía asequible, fiable y controlada por la comunidad, las y los agricultores no pueden regar los cultivos, almacenar alimentos, moler granos o secar la producción. Las mujeres recorren largas distancias para conseguir leña en lugar de participar de la vida de la comunidad. Las y los jóvenes se ven expulsados de las zonas rurales por falta de oportunidades. La agroecología no puede prosperar en la oscuridad.
La agroecología, tal como la definimos y promovemos, no es una mera caja de herramientas técnicas para una agricultura sustentable. Es un proyecto político transformador fundado en los principios de autonomía, equidad, biodiversidad, integridad cultural y armonía ecológica. La agroecología desafía el control empresarial corporativo de los sistemas alimentarios y reafirma los derechos de las comunidades a definir sus propios sistemas alimentarios y agropecuarios. Es un cambio de paradigma:de la extracción a la regeneración, de la explotación a la cooperación.
Tal visión debe extenderse asimismo a los sistemas energéticos que sostienen la producción de alimentos y los medios de vida rurales. Con demasiada frecuencia, los modelos predominantes de acceso a la energía en África reproducen las mismas dinámicas extractivistas que la agroecología se propone desmantelar. Grandes represas hidroeléctricas que inundan las tierras de cultivo y desplazan a la población. Proyectos de combustibles fósiles que contaminan el agua, degradan los ecosistemas, destruyen los medios de sustento de las comunidades y enriquecen a las élites. Los llamados proyectos de energía “verde”, como las granjas o parques solares de propiedad extranjera o las minas de litio y níquel para la producción de baterías, desplazan a las comunidades y concentran las ganancias y eventuales beneficios en manos de los poderosos.
¿Qué implicaría entonces la soberanía energética verdaderamente agroecológica?
En primer lugar, se enfocaría en las personas. En lugar de priorizar proyectos energéticos orientados a la exportación o mega-infraestructuras que no atienden a las comunidades rurales, se centraría en soluciones descentralizadas, a pequeña escala y gestionadas por la comunidad. Del mismo modo que la agroecología da primacía a los sistemas alimentarios locales anteponiéndolos a las cadenas de suministro globales, la soberanía energética privilegia las matrices de energía locales frente a los gasoductos u oleoductos transnacionales.
En segundo lugar, sería democrática. Las decisiones referidas a la energía no deberían tomarse en las juntas directivas de las empresas implicadas ni en las capitales donde tienen su sede los donantes, sino en asambleas de las comunidades , en los sindicatos campesinos y de las y los agricultores, y en las cooperativas. La infraestructura energética debería ser de propiedad y gestión colectiva, garantizando que los beneficios lleguen a quienes más los necesitan.
En tercer lugar, sería regenerativa. En lugar de contaminar y agotar la naturaleza, los sistemas energéticos agroecológicos armonizarían con ella. Las tecnologías solar, eólica, de biogás y micro-hidráulicas pueden instalarse y diseminarse de forma tal que restauren los paisajes, reduzcan las emisiones y aumenten la resiliencia.
Esta visión ya está cobrando vida a lo largo y ancho de África. En Uganda, hay cooperativas de agricultores que hacen funcionar sus molinos de granos con energía solar en mini-redes. En Kenia, hay grupos de mujeres que utilizan secadores solares para que las frutas y verduras se conserven bien durante más tiempo. En Etiopía, hay comunidades que están probando sistemas micro-hidráulicos para llevar electricidad a escuelas rurales y centros de salud. En Ghana, hay iniciativas comandadas por jóvenes que están transformando los desechos agropecuarios en biogás para cocinar. Estas iniciativas son mucho más que experimentos tecnológicos, son actos políticos de reivindicación y recuperación de soberanía. Encarnan el sentido de la agroecología: arraigadas en el lugar donde viven las comunidades, dirigidas por las comunidades, y orientadas en pos de la justicia.
Pero los obstáculos siguen siendo enormes. El sistema financiero sigue privilegiando las infraestructuras de gran escala, en perjuicio de los sistemas comunitarios. Las políticas están diseñadas para los inversionistas empresariales corporativos, no para las y los innovadores locales. Las organizaciones de la sociedad civil que trabajan en torno a la alimentación y la energía suelen operar de manera aislada, perdiendo la oportunidad de una acción integrada y colaborativa.
Para superar estos obstáculos, AFSA está construyendo una campaña panafricana por la soberanía energética, ligada a nuestro movimiento agroecológico más amplio. Les reclamamos a los gobiernos que integren la planificación alimentaria y energética. Instamos a los donantes a que reorienten su financiamiento de proyectos extractivos dirigidos por grandes empresas hacia modelos liderados por las comunidades. Interactuamos con las y los formuladores de políticas para que adopten marcos normativos que habiliten y apoyen la propiedad colectiva y la gobernanza participativa. Estamos movilizando a agricultoras y agricultores, a mujeres y jóvenes para que compartan sus conocimientos, construyan lazos de solidaridad y multipliquen sus prácticas transformadoras.
Nuestra visión no es meramente técnica, es civilizatoria. No estamos solamente tras mejores dispositivos energéticos, estamos procurando un modo de vida mejor. Uno que respete los ritmos de la naturaleza, valore la sabiduría de las y los ancianos, potencie la agencia y capacidad de acción de las comunidades y restablezca el equilibrio entre los seres humanos y la Tierra.
En las cosmovisiones africanas tradicionales, la energía no existe separada de la vida. Fluye por la tierra, el sol, el viento y la gente. El fuego se comparte. El agua es sagrada. La luz es comunitaria. La era de los combustibles fósiles rompió este equilibrio, disociando la energía de la ética y convirtiéndola en una mercancía que se compra y se vende.
La llamada "transición verde" repite este error porque no cuestiona la lógica extractivista que la apuntala. Un parque solar que desplaza a las y los agricultores no es verde. Una mina de litio que envenena los ríos no es sustentable. Una turbina de generación eólica construida en tierras indígenas robadas no es justa. Si queremos construir una transición justa, el punto de partida tiene que ser la justicia.
La agroecología nos enseña que la transformación se inicia desde el pie, de abajo hacia arriba, con las semillas, con la tierra, con las relaciones. La soberanía energética debe seguir ese mismo camino. Tiene que tener arraigo en la sabiduría de la comunidad, generarse conjuntamente como creación colectiva mediante procesos participativos, y extenderse y generalizarse a través de la solidaridad, no la especulación financiera.
Imaginemos un continente en el que cada aldea tenga tanto el poder/capacidad como las energías para iluminar sus hogares, llevar electricidad a sus escuelas y hacer funcionar sus molinos de granos, no a partir de la dependencia, sino de la dignidad. Construyamos alianzas entre los movimientos por la soberanía alimentaria y la democracia energética. Derribemos lo que nos divide y separa y encarnemos la visión integradora que nuestras hijas e hijos merecen y que ya fue aplicada por nuestros antepasados.
Esto no es un sueño, ya está ocurriendo. Ya sembramos las semillas. Ahora es el momento de regarlas, de nutrirlas con políticas, financiamiento y solidaridad. Con la tierra y la energía solar, a partir de la granja y la llama, desde la semilla hasta el sistema energético, la lucha por la soberanía es una sola. Reivindiquémosla y recuperémosla en su conjunto, todas y todos juntos.
Dr. Million Belay, Alianza por la Soberanía Alimentaria en África (AFSA)