Represas, bosques y gente

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Cuando se pregunta acerca de las causas de la deforestación, seguramente pocas personas mencionarán a las represas hidroeléctricas como siendo una de ellas. Aún menos las incluirán como causa de violaciones de los derechos humanos. Sin embargo, las represas constituyen una de las principales causas directas e indirectas de pérdida de bosques y la mayoría han sido causantes de violaciones de los derechos humanos.

Esta falta de conciencia puede ser explicada por el hecho de que durante años se ha presentando a las represas como sinónimo de desarrollo. Otra razón puede ser que la mayoría de los usuarios de la energía hidroeléctrica vive lejos de las áreas impactadas y que los sitios elegidos para la construcción de represas son frecuentemente zonas habitadas por pueblos indígenas, minorías étnicas y comunidades pobres, con escasa capacidad para ser escuchados por la más amplia comunidad nacional.

El hecho es que actualmente más de 45.000 grandes represas --cuyos muros de embalse superan los 15 metros-- están obstruyendo los ríos del mundo y sus reservorios cubren más de 400.000 kilómetros cuadrados de suelo, un área superior a las superficies sumadas del Reino Unido, Bélgica, Holanda y Austria.

Esos embalses han inundado millones de hectáreas de bosque --en especial en la zona tropical-- en muchos de las cuales los árboles ni siquiera fueron previamente cortados, dejándolos sometidos a su lenta descomposición. Los reservorios provocaron también deforestación en otros lugares, dado que los agricultores desplazados por las represas han tenido que cortar bosques en otras zonas a fin de instalar sus cultivos y construir sus hogares. Además, las represas implican la construcción de rutas, permitiendo de ese modo el acceso a áreas anteriormente remotas por parte de los madereros y los “agentes del desarrollo”, lo que ha generado ulteriores procesos de deforestación.

Sin embargo, los efectos de las represas han incluido mucho más que la pérdida de bosques. La mayor parte de esas modificaciones ambientales han impactado a la población local, tanto en el propio lugar de construcción de la represa, como en la totalidad de la cuenca del río represado. No sólo se ha inundado los mejores suelos agrícolas por el embalse, sino que se han dado cambios drásticos en el ambiente, donde la flora y la fauna empiezan a desaparecer, provocando severos efectos sobre la población dependiente de dichos recursos. Por otra parte, las represas implican graves daños a la salud, empezando por las enfermedades introducidas por los miles de trabajadores que son traídos a los lugares donde éstas se construyen --incluyendo SIDA, sífilis, tuberculosis, sarampión y otras-- y terminando con enfermedades asociadas a los propios reservorios, como malaria, esquistosomiasis y ceguera (oncocerciasis).

En muchísimos casos, la construcción de represas ha provocado graves violaciones a los derechos humanos. Como la mayoría de nosotros lo haría, las poblaciones locales se han resistido denodadamente a la destrucción de sus tierras y a su “reasentamiento” forzado. Como consecuencia, se han visto enfrentados a diferentes tipos de represión, desde amenazas físicas y legales hasta asesinatos en masa, como en el caso de la represa de Chixoy en Guatemala (ver artículo en este número).

Pero la resistencia, la conciencia y la solidaridad han ido en aumento. La población local ha logrado cada vez mayores niveles de organización y ha conseguido establecer alianzas a nivel local, nacional e internacional con otras organizaciones preocupadas por el tema. Entre los principales ejemplos mencionemos al movimiento Narmada Bachao Andolan en la India, el Grupo de Acción por el Biobío en Chile, la Coalición de ONGs contra la represa de Bakun en Malasia y el Movimiento de los Pueblos Afectados por las Represas en Brasil, entre otros. Ahora se ha vuelto posible frenar las grandes represas hidroeléctricas. Definitivamente no son más sinónimo de desarrollo, sino un símbolo de poder económico y político, que provoca degradación social y ambiental.