Uruguay: la absurda injusticia detrás de la forestación

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El plan de promoción forestal lanzado en 1988 por el gobierno --basado en la promoción de monocultivos forestales a gran escala--prometió la generación de empleos y el ingreso de divisas por un aumento de las exportaciones. Para lograr esos objetivos, el estado uruguayo realizó una fuerte inversión, incluyendo subsidios directos, exoneraciones impositivas, créditos blandos e inversiones en infraestructura. Al año 2000, el estado había destinado al sector US$ 69,4 millones bajo la forma de subsidios directos. El total de exoneraciones impositivas (al área plantada y a los bienes importados), ascendía a US$ 55,8 millones, en tanto que los préstamos blandos se estimaban en US$ 55 millones. Finalmente, la inversión en infraestructura totalizaba US$ 234,1 millones. En resumen, la sociedad uruguaya en su conjunto aportó 414,3 millones al desarrollo forestal.

La pregunta entonces es: ¿qué beneficio recibió la sociedad uruguaya?

En materia de empleo, el resultado es un total fracaso. De todas las actividades agropecuarias, la ganadería extensiva de vacunos y ovinos ha sido siempre considerada en Uruguay como la peor en cuanto a cantidad de empleos generados por hectárea. Ya no más: la forestación ha demostrado ser aún más negativa.

De acuerdo con los datos del censo agropecuario del 2000, el número de trabajadores permanentes por cada mil hectáreas forestadas es de 4,49. La ganadería de vacunos de carne genera 5,84 empleos permanentes en la misma extensión de tierra, en tanto que la ganadería de ovinos provee 9,18 empleos. Y éstas, junto a la producción de arroz (7,75) son las peores cifras. En el extremo opuesto se encuentran la producción para autoconsumo (262 empleos/mil hás), de aves (211), la viticultura (165), la horticultura (133) y la producción de cerdos (128), en tanto que en el medio se ubican la producción de vacunos de leche (22), los servicios de maquinaria (20) y los cultivos cerealeros e industriales (10).

Frente a esas cifras, el sector forestal usualmente argumenta que genera numerosos empleos de tipo zafral, tanto en la plantación como en la cosecha. Sin embargo, aún tomando en cuenta eso, las cifras comparativas con la ganadería de carne y ovina se mantienen prácticamente idénticas, ya que éstas también generan puestos de trabajo temporarios. A eso se agregan las pésimas condiciones laborales de estos trabajadores zafrales.

En resumen, en un total de 660.000 hectáreas, la forestación ha generado 2962 empleos permanentes. Peor que eso imposible. Pero más aún, si se toma en cuenta que las plantaciones forestales han desplazado a otras actividades agropecuarias y que todas las demás actividades generan más empleos permanentes que la forestación, se llega a la conclusión de que esta actividad ha significado una pérdida neta de empleos permanentes en el sector agropecuario. En efecto, suponiendo que la superficie forestada hubiera continuado ocupada por la explotación vacuna u ovina, en el primer caso los empleos hubieran ascendido a 3854, en tanto que en el segundo habrían sido 6058. Queda claro entonces que el remedio ha sido peor que la enfermedad y que la forestación ha contribuido a expulsar trabajadores del medio rural.

En materia de exportaciones, la situación no es mucho mejor. En efecto, el 80% de las exportaciones vinculadas al sector forestal consiste en madera rolliza (es decir, troncos), en tanto que el 20% restante está compuesto por madera aserrada. Es decir, que el 80% de lo exportado no genera ningún puesto de trabajo industrial, en tanto que el otro 20% consiste en una transformación mínima de la materia prima que por ende tampoco resulta un generador de empleos de importancia.

A su vez, los ingresos provenientes de estas exportaciones tampoco significan ingresos de divisas importantes si se los compara con la superficie de tierra ocupada por el sector. En efecto, el sector forestal está exportando anualmente por valores que rondan entre los 35 y los 45 millones de dólares, cifras que lo ubican en los lugares más bajos de la canasta de exportaciones (que promedia un total anual de 2.000-2500 millones de dólares). Si se lo compara con el arroz (sector que también genera pocos empleos por hectárea), vemos que éste, con una superficie sembrada promedio de unas 150.000 hectáreas (es decir, más de 4 veces menos que la ocupada por el sector forestal), llega a generar anualmente unos 200 millones de dólares por exportaciones (o sea, unas 5 veces más que lo obtenido por el sector forestal).

En resumen, la forestación prometió mucho pero no ha cumplido con nada de lo prometido. Por supuesto que han habido beneficiados, entre los que en primer lugar se cuentan las grandes empresas, en particular transnacionales. Es así que gigantescas empresas extranjeras como la estadounidense Weyerhaeuser (Colonvade), la angloholandesa y finlandesa Shell/Kymmene (La Forestal Oriental) y la española ENCE (Eufores), así como un número importante de empresas chilenas, canadienses y de otras nacionalidades, se vieron beneficiadas por la conjunción de tierra barata, mano de obra barata, rápido crecimiento de los árboles, subsidios, exoneraciones impositivas, créditos blandos, inversiones en infraestructura e investigación. Para ellas, al igual que para un puñado de grandes empresas nacionales, la forestación ha sido y es un gran negocio. Así cualquiera. Con todos los beneficios otorgados al sector forestal, cualquier actividad agropecuaria hubiera sido un gran negocio.

En la situación de profunda crisis actual, esta situación constituye una absurda injusticia. Absurda, porque estas enormes empresas no necesitan ser subsidiadas por un país empobrecido como el Uruguay e injusta porque se destinan los escasísimos recursos de la sociedad a subsidiar una actividad que no genera ni empleos ni riqueza en tanto que se les niega a otras actividades mucho más positivas para el país y su gente.

Cabe además señalar que resulta por lo menos extraño que en estas condiciones, los intendentes del interior y en particular de los departamentos más forestados (Rivera, Tacuarembó, Paysandú, Río Negro, Lavalleja) no informen al público y al gobierno que una de las causas principales de sus déficits radica precisamente en la forestación. En efecto, esta actividad no paga contribución inmobiliaria, que es uno de los principales ingresos de las intendencias, por lo que a mayor superficie forestada, menores ingresos perciben las intendencias.

Resulta igualmente extraño que las directrices de "recortes", "ajustes" y "achiques" emanadas del FMI, del Banco Mundial, del BID, del Presidente Batlle y de los sucesivos ministros de economía nunca hayan llegado a mencionar (y menos aún a tocar) los ingentes recursos que el estado ha destinado y destina a esta actividad. El silencio del Parlamento (incluyendo a los cuatro sectores políticos) en este contexto de crisis total del país lo vuelve a su vez cómplice de esta absurda injusticia de volcar recursos a quienes no los necesitan y negarlos a quienes se encuentran en la más absoluta desesperanza. ¿Hasta cuándo?

Artículo basado en información obtenida de: "Algunos datos sobre el impacto económico-social de la forestación", Joaquín Etchevers, Octubre 2002, trabajo encomendado por el Grupo Guayubira