Los Grandes Contaminadores, la compensación de carbono y REDD+

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IETA COP25
En 2019, en la COP25 de Madrid, la Asociación Internacional de Comercio de Emisiones (IETA) celebró un evento paralelo para lanzar su iniciativa Mercados para las soluciones naturales para el clima. Foto: Redd Monitor.

Este artículo forma parte de la publicación "15 años de REDD:

Un mecanismo intrínsecamente corrupto"

 

La compensación es una peligrosa distracción de las causas profundas de la crisis climática. Esta falsa solución es la otra cara de la reacción inicial de la industria petrolera a la ciencia del clima: la negación. Los Grandes Contaminadores no inventaron el comercio de carbono. Pero lo han apoyado, presionado fuertemente y promovido. También son importantes compradores de compensaciones de carbono. En los últimos años, la compra de compensaciones por parte de los Grandes Contaminadores ha pasado de ser un goteo constante a una inundación, y las ONG conservacionistas se encuentran entre los principales proveedores y adeptos. Su apoyo al comercio de carbono también ha revestido formas menos visibles.

La negación del cambio climático y la compensación de carbono tienen el mismo propósito: permitir que los Grandes Contaminadores continúen beneficiándose de los mismos negocios por el mayor tiempo posible.

Pero la compensación de carbono es quizás incluso más peligrosa que la negación del cambio climático, porque pareciese que reconoce que la crisis climática es real y da la impresión de que los Grandes Contaminadores están tomando medidas para resolverla.

Actualmente la compensación está en auge. Sin embargo, más de tres décadas de experimentos con el comercio de carbono revelan que la compensación es un fracaso espectacular. Es decir, en cuanto a resolver la crisis climática. La compensación es una distracción peligrosa que permite a los Grandes Contaminadores continuar con sus negocios de siempre.

Hoy en día, más de 1.500 empresas han asumido compromisos de ‘cero emisiones netas’. Casi dos tercios de los países tienen compromisos de llegar a ‘cero emisiones neto’. Pero estos compromisos “no son más que una gran estafa”, como señala Sara Shaw de Amigos de la Tierra Internacional. Los Grandes Contaminadores planean seguir contaminando, mientras esperan maquillar de verde su imagen con mecanismos de compensaciones y plantaciones de árboles.

La industria de las aerolíneas ha desarrollado su propio mecanismo de comercio de carbono llamado Plan de compensación y reducción de las emisiones de carbono para la aviación internacional (CORSIA, por su sigla en inglés). Con este sistema las emisiones aumentarán sin límite alguno y la industria de la aviación utilizará la compensación para justificar la continuidad de la contaminación.

Las compañías petroleras se abalanzaron con entusiasmo sobre las Soluciones naturales para el clima (a veces denominadas Soluciones basadas en la naturaleza), en un intento por presentarse como repentinamente preocupadas por el medio ambiente. Al mismo tiempo, siguen explorando nuevas fuentes de lucro en algunos de los ecosistemas más amenazados del planeta.

En 2019, el director ejecutivo de Shell, Ben van Beurden, anunció que se necesita “otro Brasil en términos del bosque tropical” para resolver el cambio climático a través de tales Soluciones naturales para el clima.

La empresa Total ha comprado compensaciones para crear la fantasía de un gas natural licuado ‘neutral en carbono’ y planea gastar 100 millones de dólares al año en protección de bosques y plantación de árboles. Mientras tanto, Eni se propone utilizar 8,1 millones de hectáreas de tierra en África para compensar la continuidad de sus emisiones.

Las Grandes Empresas Tecnológicas también se han unido. Microsoft, Apple, Amazon y Facebook asumen el compromiso de llegar a ‘cero emisiones netas’.

Exxon sabía

Estas falsas soluciones a la crisis climática son la otra cara de la reacción inicial de los Grandes Contaminadores a la ciencia climática: la negación.

En 2015, Inside Climate News llevó a cabo una investigación de ocho meses sobre la historia de la relación de Exxon y otras compañías petroleras con la ciencia climática, que comenzó hace más de 40 años.

Las compañías petroleras no solo conocían la ciencia, sino que participaron activamente en la realización de investigaciones de vanguardia sobre los impactos de la quema de combustibles fósiles en el clima. Exxon, por ejemplo, gastó más de 1 millón de dólares en un proyecto petrolero destinado a averiguar cuánto CO2 absorben los océanos.

Ya en 1977, el científico principal de Exxon, James Black, le dijo al comité de gestión de Exxon que,

“En primer lugar, existe un acuerdo científico general de que la forma más probable en la que la humanidad esté influyendo en el clima mundial es a través de la liberación del dióxido de carbono derivado de la quema de combustibles fósiles”.

Advirtió que de duplicarse la concentración de CO2 en la atmósfera, la temperatura mundial promedio aumentaría dos o tres grados. Exhortó a Exxon a tomar medidas, anunciando que tenemos “una ventana de tiempo de cinco a 10 años antes de que la necesidad de adoptar decisiones difíciles con respecto a cambios en las estrategias energéticas, se vuelva crucial”.

En lugar de tomar medidas, Exxon se convirtió en un líder de la negación del cambio climático. Aproximadamente una década después de comenzar su investigación sobre el cambio climático, Exxon impulsó campañas para arrojar dudas sobre la ciencia climática y retrasar la reglamentación de su industria. En 1989, Exxon fue miembro fundador de la coalición Global Climate Coalition (GCC), la que gastó alrededor de 1 millón de dólares al año cabildeando contra los límites a las emisiones de gases de efecto invernadero. Se opuso al Protocolo de Kioto.

Como George Monbiot expuso en su libro de 2006 “Heat”, Exxon también financió a un gran grupo de organizaciones que argumentaban que la ciencia climática no está resuelta, que los ambientalistas son nazis, comunistas, locos, terroristas o fraudes, y que si los gobiernos tomaran medidas contra el cambio climático, la economía mundial colapsaría.

La industria petrolera utilizó las mismas tácticas que las utilizadas por la industria tabacalera para negar que el cigarrillo causara cáncer. Incluso recurrieron a algunas de las mismas personas, como Frederick Seitz, quien era presidente del Instituto George C Marshall. Seitz fundó el Instituto George C Marshall en 1984, inicialmente para apoyar la Iniciativa de Defensa Estratégica del presidente Reagan, o “Guerra de las galaxias”. A fines de la década de 1980, el Instituto pasó a negar el cambio climático, con la generosa financiación de Exxon.

Antes de eso, Seitz había sido consultor permanente de la empresa tabacalera RJ Reynolds, donde financió una investigación para “refutar las críticas contra los cigarrillos”.

IPCC

Una de las respuestas de los activistas climáticos a la campaña de negación del cambio climático, particularmente en el Norte Global, ha sido elevar las publicaciones del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por su sigla en inglés) a un estatus por encima de cualquier posible crítica. A sus ojos, el IPCC se ha convertido en la única autoridad en todo lo que tiene que ver con la ciencia climática.

El IPCC es un organismo de la ONU creado en 1988 con el objetivo de evaluar la ciencia en torno al cambio climático. Brinda información científica a los gobiernos para que puedan formular políticas para abordar la crisis climática. El IPCC ha elaborado una serie de Informes de Evaluación, el primero de los cuales se publicó en 1992. El informe más reciente se publicó en agosto de 2021.

En todo caso, las evaluaciones del IPCC tienden a ser conservadoras. Como señala George Monbiot, esto no es de extrañar dada la cantidad de personas que tienen que aprobar las evaluaciones del IPCC antes de publicarlas.

Sin embargo, como señala Larry Lohmann en su libro "Carbon Trading: A critical conversation on climate change, privatisation and power" (El comercio de carbono: una conversación crítica sobre el cambio climático, la privatización y el poder), quedan muchas cosas fuera de los informes del IPCC. El libro de Lohmann fue publicado en 2006, pero hoy es más relevante que nunca.

Lohmann señala que antes de que el IPCC publicara su informe especial sobre “Uso de la tierra, cambio de uso de la tierra y silvicultura” en el año 2000, varios gobiernos, entre ellos Estados Unidos, Japón, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Noruega, habían presionado para que se les permitiera contabilizar el carbono almacenado en sus tierras boscosas como compensación de las emisiones derivadas de la quema de combustibles fósiles. Numerosos gobiernos del Norte también estaban interesados ​​en comprar créditos de carbono de proyectos que redujeran la deforestación en países tropicales.

 “No debería causar sorpresa alguna”, escribe Lohmann, “que el informe del IPCC proporcione a Estados Unidos y sus aliados las conclusiones que necesitaban”. Pero para hacerlo, escribe Lohmann, el informe “tuvo que abandonar los estándares normales de rigor técnico”.

 “Faltaron miles de referencias revisadas por pares: sobre la deforestación, la historia de los proyectos de desarrollo forestal, la resistencia de los campesinos, los regímenes de los bosques comunales, el comportamiento de los inversores, y otras por el estilo.”

Los autores del IPCC asumen que el carbono almacenado temporalmente en los árboles y el suelo es idéntico al carbono enterrado bajo tierra en los combustibles fósiles. Pero en términos del impacto sobre el clima, los dos son completamente diferentes. El carbono de los combustibles fósiles permanece almacenado de forma segura bajo tierra y solo interactúa con la atmósfera cuando se extrae y se quema.

El carbono almacenado en los árboles y los suelos solo se almacena temporalmente y se libera a la atmósfera cuando los árboles mueren, o cuando el bosque se tala para extraer madera o para dar paso a plantaciones de palma aceitera, o cuando el bosque se prende fuego (lo que estamos presenciando cada vez con mayor frecuencia a medida que se intensifica la crisis climática).

En un artículo reciente publicado en la revista “Social Anthropology”, Lohmann describe cómo los científicos de la ONU expertos en clima, se comportan como si los combustibles fósiles y el extractivismo simplemente no fueran relevantes para la ciencia climática:

 “En 2014, Sir John Houghton, miembro fundador del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, concedió una entrevista en la que explicaba que a los climatólogos de la ONU no se les permitía mencionar el carbono contenido en los combustibles fósiles en su análisis del cambio climático, sino solo el carbono que se había vuelto más móvil en forma de CO2. Seguir lo que sucede cuando los átomos de carbono cruzan una de las fronteras internas del sistema geofísico de la tierra hacia la atmósfera es ‘ciencia’, dijo Houghton. Pero analizar sus movimientos hacia esa frontera ‘no es un tema de la ciencia’ ”.

Y aunque la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Clima ha discutido reiteradamente mecanismos basados en el mercado, la cuestión de dejar los combustibles fósiles bajo tierra permanece sistemáticamente fuera de la agenda. El término ‘combustibles fósiles’ no aparece en ninguna parte del Acuerdo de París.

Grandes Contaminadores y compensaciones de carbono

Los Grandes Contaminadores no inventaron el comercio de carbono. Pero lo han apoyado y promovido, y son los principales compradores de las compensaciones de carbono. En los últimos años, la compra de compensaciones de carbono por parte de los Grandes Contaminadores pasó de un goteo constante a una inundación.

El primer proyecto de compensación del mundo fue un proyecto agroforestal en Guatemala. El financiamiento, de 2 millones de dólares, provino de la compañía eléctrica Applied Energy Services (AES), con sede en Estados Unidos. A partir de fines de la década de 1980, AES financió la plantación de árboles en un proyecto dirigido por CARE en Guatemala, para compensar las emisiones de una nueva central eléctrica a carbón, de 181 MW, que AES estaba construyendo en Connecticut.

El proyecto en Guatemala fue un fracaso estrepitoso. Hannah Wittman, profesora del departamento de Sociología y Antropología de la Universidad Simon Fraser en Columbia Británica, ha estudiado los impactos del proyecto de plantación de árboles en los medios de vida de los agricultores. Wittman encontró frecuentes conflictos en cuanto al uso de la tierra. Cuando los agricultores comenzaron a plantar árboles, les quedó menos tierra disponible para cultivar alimentos, lo que provocó escasez de alimentos en la zona.

Se criminalizaron actividades como la recolección de leña para cocinar, lo que dio lugar a conflictos sobre los derechos sobre los árboles. Diez años después de iniciado el proyecto, una evaluación de Winrock International reveló que el proyecto de plantación de árboles estaba muy por debajo de lo que se necesitaba para el objetivo de compensación de AES. Los agricultores no recibieron pagos directos por plantar árboles y muchos no sabían que los árboles estaban almacenando carbono para compensar la central eléctrica a carbón de AES.

Pero los Grandes Contaminadores no solo han financiado proyectos de compensación para maquillar de verde sus actividades destructivas.

En 1999, 11 hombres y una mujer celebraron una reunión en la sede de Shell. Fue la primera reunión de la Asociación Internacional de Comercio de Emisiones (IETA, por su sigla en inglés). La IETA, fundada por los Grandes Contaminadores, ha cabildeado por los mecanismos comerciales del mercado de carbono desde entonces, y ha colocado a sus afiliados en delegaciones de países en las negociaciones climáticas de la ONU.

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                      Ilustración: Ethan Cornell / Clara.earth

 

La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por su sigla en inglés) también participó en la creación de la IETA. De 1990 a 1999, Frank Joshua fue director del Grupo Internacional de Expertos sobre el Comercio de Emisiones, organismo de la ONU. Después de ayudar a crear la IETA se convirtió en su primer Director Ejecutivo.

La IETA es una de las asociaciones comerciales más destacadas e influyentes de la Convención Marco de la ONU sobre Clima. Entre sus miembros hay bancos, comerciantes de carbono, firmas consultoras, promotores de proyectos, compañías petroleras (como BP, Chevron, Eni, Equinor, Shell y Total), compañías mineras y estándares y registros de carbono. La IETA existe “para garantizar que las políticas en materia de cambio climático no afecten negativamente las ganancias de los Grandes Contaminadores”, como señala un informe de 2018 de la organización Corporate Accountability.

Obviamente, no es de extrañar que los Grandes Contaminadores presionen para crear distracciones peligrosas como el comercio de carbono. Pero lo están haciendo con el apoyo de varias de las denominadas organizaciones ambientalistas.

Para dar solo un ejemplo, en 2019, durante las negociaciones climáticas de la ONU celebradas en Madrid, la IETA lanzó sus Mercados de soluciones naturales para el clima. Los miembros fundadores son cuatro empresas del sector del petróleo y el gas (Shell, Chevron, BP y Woodside Energy); una empresa minera (BHP); y una organización que promueve la plantación de árboles, con sede en Estados Unidos (Arbor Day Foundation).

En su Panel Asesor, la IETA incluyó a representantes de las ONGs Conservación Internacional, Environmental Defense Fund, Earth Innovation Institute y The Nature Conservancy.

Entran los Grandes Contaminadores de Noruega y REDD

El apoyo de algunas ONG al comercio de carbono también ha llegado de forma menos directa.

El 27 de septiembre de 2007, dos hombres llamados Lars enviaron una carta a Jens Stoltenberg, entonces primer ministro de Noruega. “No es demasiado tarde: ¡Salva la selva tropical, salva el clima!”, era el encabezado.

La carta provino de Lars Løvold, entonces director de Rainforest Foundation Noruega, y de Lars Haltbrekken, entonces presidente de la Sociedad Noruega para la Conservación de la Naturaleza (Amigos de la Tierra Noruega).

Lars y Lars le pidieron a Stoltenberg que destinara mil millones de dólares por año durante cinco años para la protección de las selvas tropicales, como forma de hacer frente al cambio climático. Argumentaron que el dinero no debería utilizarse para crear un mecanismo de compensación de carbono, sino para reducir las emisiones.

Pero luego invitaron a Márcio Santilli, de la organización brasileña Instituto Socioambiental, a encontrarse con políticos noruegos y promover la idea enviada a Stoltenberg. Ésa fue una elección extraña. En 2005, Santilli había escrito a favor del “comercio internacional de emisiones de carbono para la protección de los bosques tropicales”.

El 10 de diciembre de 2007, el gobierno de Noruega anunció que el país estaba “dispuesto a aumentar su apoyo a la prevención de la deforestación en los países en desarrollo a unos tres mil millones de coronas [unos 550 millones de dólares] al año”.

El primer ministro Jens Stoltenberg, junto con el ministro de Medio Ambiente, Erik Solheim, y el ministro de Petróleo y Energía, Åslaug Haga, en una reunión celebrada en Oslo presentaron la estrategia de Noruega para prevenir la deforestación. La industria petrolera estuvo detrás del apoyo de Noruega a REDD desde el principio.

El gobierno noruego posee dos tercios de las acciones del gigante petrolero noruego Equinor. Hasta julio de 2021 las acciones fueron administradas por el Ministerio de Petróleo y Energía; ahora se han transferido al Ministerio de Comercio e Industria.

Durante los últimos 30 años, Equinor ha perforado más de 100 pozos al norte del Círculo Polar Ártico. La empresa no tiene planes de detenerse. “La producción de petróleo y gas en las zonas del norte”, afirma la compañía en su página web, “contribuirá de manera sustancial a asegurar el suministro para la creciente demanda mundial de energía”.

Entonces, desde el principio, la industria petrolera de Noruega estuvo involucrada en los planes de ese país para salvar las selvas tropicales. Éste es el lado más siniestro de REDD: utilizar los bosques tropicales para maquillar de verde la continuidad de las perforaciones y de la contaminación.

El 13 de diciembre de 2007, Stoltenberg estuvo en Bali para las negociaciones climáticas de la ONU (COP 13). En su discurso en la conferencia climática, Stoltenberg nos dijo que detener la deforestación sería rápido y barato:

“Con medidas eficaces contra la deforestación podemos lograr grandes reducciones en las emisiones de gases de efecto invernadero, de forma rápida y a bajo costo. La tecnología es bien conocida y ha estado disponible durante miles de años. Todo el mundo sabe cómo no cortar un árbol”.

Stoltenberg no dejó ninguna duda de que estaba proponiendo un mecanismo de comercio de carbono para salvar los bosques tropicales:

“Para movilizar los recursos necesarios debemos poner un precio al carbono. Luego, creamos incentivos para comportarnos de manera amigable con el clima. Luego, hacemos que los contaminadores paguen por sus emisiones. Por lo tanto, tenemos que crear un sistema mundial de comercio del carbono e impuestos al CO2”.

El Banco Mundial también lanzó su Fondo Cooperativo para el Carbono de los Bosques (FCPF, por su sigla en inglés) durante la COP 13 celebrada en Bali. Benoît Bosquet, antiguo especialista en gestión de recursos naturales del Banco Mundial, dirigió el desarrollo del FCPF y fue su coordinador de 2008 a 2014. “El objetivo final del Fondo es impulsar un mercado de carbono forestal que incline el equilibrio económico a favor de la conservación de los bosques”, dijo Bosquet en un comunicado del Banco Mundial sobre el lanzamiento del FCPF en Bali.

BP Technology Ventures Inc. aportó 5 millones de dólares al FCPF, al igual que The Nature Conservancy. A lo largo de los años, la mayor parte de la financiación del FCPF provino de los gobiernos de Noruega, Alemania y el Reino Unido.

A pesar de recaudar más de mil millones de dólares, el FCPF ha “demostrado ser un instrumento asombrosamente ineficaz para reducir la deforestación, con costos administrativos astronómicos y nada que mostrar en el camino de prevenir la deforestación”, como señaló un comentario anónimo de 2017 en la página web de REDD-Monitor.

La legitimación de las compensaciones

En los últimos tiempos mucho se ha debatido sobre “entender REDD”. Por ejemplo, la empresa finlandesa de compensación, Compensate, argumenta que el 91% de los proyectos que ha examinado fracasó en el proceso de evaluación. Una compañía emergente llamada Sylvera dice que casi la mitad de los proyectos REDD que analizó “no satisfacen”. Y el portal de noticias Bloomberg Green informó cómo los proyectos de compensación forestal de The Nature Conservancy en los Estados Unidos en realidad no estaban amenazados de deforestación. The Nature Conservancy se ha convertido en “un traficante de compensaciones de carbono sin sentido”, escribió Bloomberg Green.

Pero estos argumentos legitiman la compensación de carbono porque dan la impresión de que el 9%, o el 50% restante son de alguna manera “compensaciones genuinas”. Bloomberg Green sostiene que “científicamente, [las compensaciones de carbono] tienen sentido”. Esa afirmación da a entender que la compensación solo necesita más (o mejor) reglamentación.

Lo real es que no hay reglamentación que pueda evitar el hecho de que no son solo algunas compensaciones (las malas, las sin sentido) las que están retrasando las medidas climáticas. El problema es el concepto mismo de compensación, que durante décadas ha retrasado con éxito la adopción de medidas sustanciales para la crisis climática. Las compañías petroleras incluso están comprando compensaciones de carbono para crear combustibles fósiles ‘carbono neutrales’. Lo que claramente es un disparate.

Las compensaciones, REDD y las Soluciones basadas en la naturaleza, brindan la herramienta perfecta para que los Grandes Contaminadores den la impresión de adoptar medidas con respecto al clima, al tiempo que permiten que continúen con su destructivo extractivismo.

Chris Lang
REDD-Monitor.org

 

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