El cultivo que más destruye la tierra no es la solución para la crisis energética

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Durante los últimos dos años hice un descubrimiento desagradable. Como la mayoría de los ambientalistas, estuve tan ciego respecto a los problemas que afectan nuestra provisión de energía como mis oponentes respecto al cambio climático. Ahora entiendo que creí en la magia.

En el año 2003, el biólogo Jeffrey Dukes calculó que los combustibles fósiles que quemamos en un año estaban formados por materia orgánica “que contenía 44 x 1018 gramos de carbono, lo cual es más de 400 veces la productividad primaria neta de la biota actual del planeta”. Para decirlo claramente, significa que cada año utilizamos el equivalente a cuatro siglos de plantas y animales.

La idea de que podemos simplemente reemplazar la herencia fósil – y la extraordinaria densidad energética que nos da – por energía ambiente, es cosa de ciencia ficción. Sencillamente no hay substitutos, pero se los sigue buscando por todas partes. Hoy en día son promovidos por los estados, como el nuestro [Reino Unido], en las conversaciones sobre el clima en Montreal, buscando evitar las duras decisiones que el cambio climático requiere. Y al menos uno de los substitutos es peor que la quema de combustible fósil que éste reemplazaría.

La última vez que señalé los peligros de fabricar combustible diesel a partir de aceites vegetales recibí tantos insultos como cuando planteé mi posición sobre la guerra de Irak. Descubrí que los misioneros del biodiesel son tan estridentes en su negación como los ejecutivos de Exxon. Ahora estoy preparado para admitir que estaba equivocado en mi artículo anterior, pero a ellos no les va a gustar. Estaba equivocado porque subestimé el impacto destructivo de este combustible.

Antes de continuar debo aclarar que es bueno convertir aceite de cocina usado en combustible para motores. Las personas que pasan el día hurgando en contenedores de basura están prestando un servicio a la sociedad. Pero el aceite de cocina usado en el Reino Unido alcanzaría para cubrir 1/380 de la demanda de combustible para el transporte.

Cuando escribí sobre el tema el año pasado, pensé que el mayor problema causado por el biodiesel era que generaba una competencia por el uso de los suelos. La tierra arable que de otra forma hubiera sido utilizada para cultivar alimentos, sería usada para cultivar combustible. Pero ahora descubro que algo aun peor está sucediendo: la industria del biodiesel ha inventado accidentalmente el combustible que libera mayor cantidad de carbono del mundo.

Al promover el biodiesel - como lo hacen los gobiernos de la Unión Europea, del Reino Unido y de los Estados Unidos y miles de ambientalistas - podríamos imaginar que estamos creando un mercado para el aceite de cocina usado, el aceite de colza o el aceite de algas cultivadas en estanques en el desierto. En realidad estamos creando un mercado para el cultivo más destructivo de la tierra.

La semana pasada, el presidente de la autoridad federal malaya de desarrollo territorial anunció que construiría una nueva fábrica de biodiesel. Era la novena vez en cuatro meses que tomaba una decisión de este tipo. Cuatro nuevas refinerías se están construyendo en la península malaya, una en Sarawak y dos en Rotterdam. Dos consorcios extranjeros – uno alemán y otro norteamericano - están estableciendo plantas rivales en Singapur. Todas ellas fabricarán biodiesel de la misma fuente: aceite de palma.

Según informa el Malaysian Star, “la demanda de biodiesel provendrá de la Comunidad Europea…Esta nueva demanda…absorbería como mínimo la mayor parte de las existencias de aceite de palma crudo de Malasia”. ¿Por qué? Porque es más barato que el biodiesel obtenido de cualquier otro cultivo.

En setiembre, Amigos de la Tierra publicó un informe sobre el impacto de la producción de aceite de palma. Según dicho informe, “entre 1985 y 2000, el desarrollo de las plantaciones de palma aceitera fue responsable de alrededor del 87% de la deforestación en Malasia”. En Sumatra y Borneo, unos 4 millones de hectáreas de bosques fueron convertidos en plantaciones de palma aceitera. Ahora está prevista la tala de otros 6 millones de hectáreas en Malasia, y de 16,5 millones en Indonesia.

Casi todo el bosque que queda está en peligro. Incluso el famoso parque nacional Tajung Puting en Kalimantan está siendo destrozado por los cultivadores de palma aceitera. El orangután probablemente desaparezca del bosque. Los rinocerontes, tigres, gibones, tapires, monos narigudos y miles de otras especies de Sumatra podrían correr la misma suerte. Miles de indígenas han sido expulsados de sus tierras y unos 500 indonesios fueron torturados cuando trataron de resistir. Los incendios forestales que tan a menudo sofocan la región con la humareda son en general provocados por los cultivadores de palma. La región entera se está transformando en un gigantesco campo de aceite vegetal.

Antes de plantar las palmas aceiteras, que son pequeñas y achaparradas, los enormes árboles del bosque, que contienen una cantidad de carbono mucho mayor, deben ser derribados y quemados. Habiendo agotado las tierras más secas, las plantaciones se están desplazando hacia los bosques pantanosos que crecen sobre la turba. Una vez que cortan los árboles, los cultivadores drenan el suelo. Cuando la turba se seca se oxida, liberando aún más dióxido de carbono que los árboles. En lo que refiere a su impacto sobre el medio ambiente tanto local como mundial, el biodiesel de palma aceitera es más destructivo que el petróleo crudo de Nigeria.

El gobierno británico lo sabe muy bien. En un informe publicado el mes pasado, donde anunció que obedecería a la Unión Europea y que se aseguraría de que, para el año 2010, el 5,75% del combustible para el transporte fuera de origen vegetal, admitió que “los mayores riesgos ambientales son probablemente aquéllos que implican cualquier gran expansión en la producción de materia prima para el biocombustible, particularmente en Brasil (la caña de azúcar) y en el sudeste asiático (las plantaciones de palma aceitera).

El informe sugería que la mejor forma de manejar el problema era evitar las importaciones de combustibles que dañan el medio ambiente. El gobierno consultó a sus asesores para saber si una prohibición infringiría las reglas del comercio mundial. La respuesta fue afirmativa: “[establecer] criterios ambientales obligatorios…aumentaría en gran medida el riesgo de una acción judicial internacional contra la política en su conjunto”. Así, descartó la idea de prohibir las importaciones y en su lugar se volcó hacia “alguna forma de iniciativa voluntaria”. Aun sabiendo que la creación de este mercado llevará a una oleada masiva de importaciones de palma aceitera, que no hay ninguna forma eficaz de evitarlo y que en lugar de reducir el cambio climático lo agravará, el gobierno decidió seguir adelante de todas maneras.

En otros momentos desafía alegremente a la Unión Europea. Pero de hecho, lo que la Unión Europea quiere y lo que el gobierno quiere son la misma cosa. Según dice el informe del gobierno, “Es esencial que equilibremos la creciente demanda de transporte con nuestros objetivos de protección del medio ambiente”. Hasta hace poco, nuestra política era reducir dicha demanda. Ahora, si bien no se han hecho anuncios al respecto, tal política ha desaparecido. Al igual que los conservadores a comienzos de los años 90, la administración laborista intenta satisfacer la demanda, por grande que sea. Las cifras obtenidas la semana pasada por el grupo activista Road Block muestran que solo en el ensanchamiento de la autopista M1 el gobierno pagará 3.600 millones de libras, más de lo que está gastando en la totalidad del programa contra el cambio climático. En lugar de tratar de reducir la demanda, está tratando de alterar la oferta. Está dispuesto a sacrificar los bosques tropicales del sudeste asiático con tal de mostrar que está haciendo algo y para que los automovilistas se sientan mejor consigo mismos.

Todo esto ilustra la futilidad de los arreglos tecnológicos discutidos en Montreal. Tratar de satisfacer una demanda creciente de combustible es una locura, sea cual sea la fuente. Las decisiones difíciles han sido evitadas, y otra porción de la biosfera se está yendo en humo.

Por George Monbiot, 6 de diciembre de 2005, The Guardian, http://www.guardian.co.uk/climatechange/story/0,12374,1659037,00.html