Nueva publicación: “Esquemas de certificación de ‘sostenibilidad’: 30 años de engaño y violencia”

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Las estanterías de los supermercados y tiendas están llenas de productos certificados. Los paquetes exhiben distintos sellos en los que se indica que los productos fueron fabricados con papel o madera “sostenibles”, alimentos y cosméticos a base de aceite de palma “sostenible” o de soja “responsable”.  Incluso a la hora de comprar un pasaje de avión, los consumidores pueden pagar un poco más para asegurarse de que sus emisiones de carbono serán supuestamente “neutralizadas” para garantizar la  “sostenibilidad”.

Pero, ¿por qué son necesarios tantos sellos y formas de certificación? ¿Qué se certifica realmente? ¿Y quién se beneficia con ello? Después de 30 años de sellos de certificación ambiental y social, está claro que la única “sostenibilidad” que garantizan es la de los negocios rentables de las empresas y la de la propia industria de las certificaciones.

El primer sello internacional para los productos forestales y su cadena productiva surgió a principios de los años 90, con la creación del Consejo de Manejo Forestal (Forest Stewardship Council - FSC). Aunque su origen se vincula a la presión de la sociedad civil sobre las empresas, el FSC se ha integrado perfectamente a la lógica productiva tanto del sector maderero que opera en los bosques como de las gigantescas industrias productoras de papel y celulosa que utilizan monocultivos de árboles. Y también, de las empresas productoras y distribuidoras de bienes de consumo.  

Con el paso del tiempo, tras haber demostrado que no representaba ninguna amenaza -sino al contrario, una oportunidad- para la estrategia de acumulación de ganancias de las empresas implicadas, otros sectores pasaron a crear mecanismos similares. De esta manera, podían limpiar su imagen frente a los daños ambientales y sociales causados por su cadena de producción. Es así que desde los años 2000 se multiplicaron las iniciativas y mesas redondas acerca de la producción responsable o sostenible de productos como el aceite de palma, la soja, el cacao, la caña de azúcar, entre otros.

Todas estas iniciativas tienen varios aspectos en común:
    • Son esquemas que suelen aparecer como asociaciones sin ánimo de lucro entre muchos actores e intereses diversos (empresas, ONG, gobiernos, etc.). Sin embargo, en la práctica, los participantes del sector empresarial y sus aliados, como las grandes ONG conservacionistas, dominan estas iniciativas, imponiendo sus intereses en una relación de poder muy desigual entre sus miembros. Esto también se evidencia en el enfoque dado a los aspectos técnicos y de procedimiento, que con frecuencia dejan los conflictos reales de las comunidades afectadas fuera del alcance de la certificación.
    • Son mecanismos que establecen orientaciones y directrices de operación que deberán cumplir las empresas de forma voluntaria, con lo que resulta imposible que haya consecuencias jurídicas cuando se infringen las normas -que, conviene señalar, son elaboradas y evaluadas por las propias empresas.
    • Son iniciativas sujetas a la lógica del mercado y de su expansión. Es decir, los sellos de certificación han cobrado importancia tanto para que las empresas puedan obtener financiación para sus proyectos de expansión como para atraer a los consumidores, especialmente a los de zonas urbanas y a los del norte global.
    • Son mecanismos con sede en países del Norte y cuyos órganos directivos están conformados mayoritariamente por hombres y personas blancas. Las comunidades rurales del Sur, que se enfrentan a las plantaciones certificadas, cumplen el rol de meras receptoras de determinaciones que se imponen desde el exterior sobre el uso del espacio que habitan. Y si buscan denunciar la actuación de alguna de las empresas con certificación, tendrán que cumplir con el protocolo elaborado por el propio sistema de certificación sobre qué hacer en esos casos.
    • Son utilizados por las empresas como mecanismos de defensa ante las críticas sobre el impacto de sus actividades: "Nuestros productos están certificados..."., "El proyecto tiene certificación...", como si ello garantizara que no hay motivos para preocuparse.

En cualquier caso, estos mecanismos de certificación no han frenado la expansión destructiva de las plantaciones industriales de árboles, de palma aceitera, de soja, etc., ni han sido capaces de resolver los conflictos generados con las comunidades tradicionales y los Pueblos Indígenas. Tampoco podrían hacerlo, ya que están diseñados para posibilitar la continuidad y expansión de los patrones de acumulación corporativos que dependen intrínsecamente de una dinámica depredadora. De hecho, el principal denominador común de los sistemas de certificación es que garantizan a las empresas implicadas un sello verde, lo que contribuye a su objetivo principal de maximizar sus ganancias.

En otras palabras, los sellos de certificación son necesarios para que las empresas depredadoras puedan obtener cierta legitimidad ante sus consumidores e inversores, dada la gran cantidad de reportajes, notas y estudios que señalan sus efectos nocivos como el acaparamiento de tierras; los problemáticos o inexistentes procesos de consulta a las comunidades ; la contaminación por agrotóxicos; la degradación de la tierra; los empleos precarios y humillantes; el abuso sexual y otras formas de violencia contra las mujeres, entre muchos otros impactos derivados de la producción en grandes monocultivos. Así, las entidades certificadoras se han convertido en una pieza central que las empresas utilizan para legitimar su expansión territorial y económica en el sur global, engañando a los consumidores con un discurso de “sostenibilidad”. Esto nos permite afirmar sin reservas que la propia certificación se ha convertido en una causa subyacente de la deforestación.

Además, es importante mencionar que la idea de certificación está cobrando nuevas formas. Gracias a la creación de mecanismos de compensación de las emisiones de carbono y de la pérdida de biodiversidad,  nuevas mercancías que ya nacen vinculadas a los mecanismos de certificación. En este nuevo mercado, los créditos de carbono y los créditos de biodiversidad -emitidos por los esquemas de certificación- representan una supuesta garantía de que las emisiones de gases de efecto invernadero o la destrucción de biodiversidad serán debidamente compensadas en otro lugar. A diferencia de la madera, el papel, el aceite de palma o la soja, donde se “añade” la certificación al producto con un sello, en los mercados de carbono y de biodiversidad es la propia certificación la que hace que el producto (abstracto) sea viable para el consumo. En otras palabras, la propia mercancía se presenta como una supuesta garantía, aunque virtual, que se puede obtener a través de metodologías cuestionables y que está plagada de intereses descaradamente sospechosos.

Esta recopilación de artículos de boletines del WRM busca poner de manifiesto el rol perjudicial que cumplen las empresas y organizaciones implicadas en los esquemas de certificación. El WRM considera importante recalcar que, después de tres décadas con cada vez más sellos de certificación ambiental en los mercados, es imperativo poner fin a este maquillaje verde que, en definitiva, en lugar de combatir la devastación ambiental y los problemas sociales asociados a las iniciativas corporativas, oculta y sostiene su lógica depredadora.

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